“La hermenéutica, la hermenéutica, allí están consagrados todos los espantos del alma”. Eso dijo, en tono de respiración jadeante, el siempre brillante Otto Maduro. Una tarde, en el año 1985, lo vi saliendo de la estación de Plaza Venezuela, rumbo a la UCV, enfundado con una de sus guayaberas características, sus lentes redondos y su pequeño portafolio de cuero. Lo abordé, y caminamos juntos, hasta la escuela de Filosofía. Era su alumno, en la materia de Praxis.
Cuando intenté indagar sobre la existencia, el rol del hombre contemporáneo en todas las desdichas que ha generado su propia esclavitud, pues me impactaba el hecho del excesivo consumo de alcohol y drogas a mi alrededor, el profe me advirtió: “Hay cosas que tienen una sola explicación; ignorancia. El resto es filosofar, y a palos”.
Ese mismo día en clases, nos habló sobre el lecho de Procusto –que significa estirador- de aquel bandido de la mitología griega, que tenía una posada. Secuestraba a la gente -entre Atenas y Eleusis- previa hospitalidad, ya que hasta los invitaba a cenar, y los llevaba a su sorprendente catre. El sujeto debía, para no ser sometido a los desmanes de una mutilación, tener el tamaño exacto, lo cual era imposible. Nadie daba con la dimensión requerida. En secreto, modulaba a su antojo.
“¿En cuántas circunstancias de la vida
no osamos intervenir
el pensamiento del otro?”
De modo, que quien era demasiado alto, y le sobresalían las piernas; se las amputaba; y a quienes les sobraba cama, es decir, eran más pequeños que las medidas de esta, los estiraba con un sistema elaborado para tal fin. Como verán, la idea era adaptarlos maliciosamente al tamaño del lecho. Pero, ¿En cuántas circunstancias de la vida no osamos intervenir el pensamiento del otro con la astuta finalidad de prefabricar un modelo de acuerdo a nuestra manera de ver al mundo, forzando, interviniendo, restaurando, transgrediendo?
Sin duda, esa manía de ir a contracorriente de las leyes primordiales, hace que, por temor a las verdades, no digamos absolutas, sino esenciales, acabas argumentando de acuerdo con las medidas que definen tu propia idea del mundo. Mutilas, niega que es un efecto del límite del conocimiento, ya que el mito moldea a conveniencia.
Hemos caído en una especie de mentira ilustrada, especulación ilustrada, que consiste en envolver, en tejidos discursivos, una metáfora, una imagen, un logo, un sujeto y objeto de manoseo semántico, y ofrecerla como algo pegajoso, digno de la sabiduría -sabido es que sabiduría sin entendimiento es blasfemia-, ese conocimiento que se autodefine imprescindible, pero que, en el fondo refleja carencias. Es el origen de la ínfula. De ese engreimiento pastoso, que no encuentra la ruta del reconocimiento, entiéndase, el consciente agradecimiento, producto de la humildad.
Y en el mundo de las ideas, quien no encuentra un mínimo de elogio, lo hallará, aunque sea en su soberbia. Así de fácil es comprender lo incomprensible; ir a contracorriente, desafiando el orden existente, con sospechoso ascetismo, simulando atributos impropios, ahogándose en una epistemología desquiciante. Incubando la falsedad beneficiosa en una vanidad filosófica, porque hay, en las gradas de la humanidad, para todos los gustos.
Así, reducimos y aumentamos posturas dialécticas. Llevamos a nuestra cama el enfoque más atrevido, lo condimentamos, de tal manera, que reproducimos un discurso de acuerdo con los modos y usos, como esa retórica especulativa, un arma dialéctica que ha sido uno de los vórtices del pensamiento moderno. ¿No fue eso en parte de lo que se valió Hegel para negar la filosofía India, cuando insistía en la falta de particularización, de concreción, y por ende, libertad en la manifestación del espíritu? [i]
“Hay territorios vedados al lenguaje,
leyes primordiales, como el karma
que no admiten gimnasia semántica.”
¿A qué se resiste el filósofo? ¿Cuáles verdades le atormentan? ¿Qué tipos de advertencias le detonan su empeño en relativizar todo? Hay territorios vedados al lenguaje, leyes primordiales, como el karma, que no admiten gimnasia semántica. Es lo que es. Su registro en este plano, y en todas las vidas recorridas, en relación con los fenómenos inherentes al ser, es determinante para la evolución de la consciencia.
Si lo primero es el desorden y luego la voluntad de orden [ii] hay quienes se plantean enfrentamientos desde esa aletargada confusión, con fines ergotistas. Plantean el caos, un tipo de anarquía altisonante sobre la base de silogismos y terminan cohabitando en un refugio, no necesariamente académico, con puros chascarillos filosóficos. El desorden les sienta bien. Y, difícil es imaginarse a un Rishi como Narada, para dejar a los exégetas quietos, pespunteando en las redes, en busca de un reconocimiento. No. Porque así va el asunto con los hijos de Procusto: interpretan para zanjar su medida. Huyen de las transformaciones, de las verdades primordiales.
Fuentes consultadas: [i] Fernández Gómez, Rosa. El Arte Indio de Hegel; Extravagancia natural. [ii] Onfray, Michel. Entrevista Revista de Occidente 1992.
Swami , gracias, no lo había visto así, pero si leyendo y viendo como se mueven nuestras ideologías actualmente, es como si buscamos encajar un tema en un solo espacio.
me gusta…sin halago.