Pocos elementos cuentan con cualidades y atributos como los que el oro posee en su configuración, que lo hacen en la historia de la humanidad, el más codiciado, quizás como ningún otro.
Su uso se remonta a la edad de cobre y a lo largo de la historia ha alcanzado el alto valor que se le ha otorgado. Utilizado para elaborar destacados elementos de orfebrería para uso ceremonial y joyería; como moneda y también para usos industriales, químicos y medicinales.
Encontrar oro, poseerlo en pequeñas o grandes cantidades y formatos termina siendo una aspiración y lograrlo es alcanzar algo de fortuna y estatus, pese a que conseguirlo haya motivado innumerables expediciones y explotaciones que han desatado guerras, y esto lamentablemente a muchos les importe poco.
Tal es la generalización de su apariencia que incluso lo que se le parezca confunde, y hay quienes engañados tienen consigo algo de valor que se ha llegado a atesorar hasta que se logra comprobar lo contrario, dándose cuenta de que “No todo lo que brilla es oro”.
Es tan cierto que hasta en la vida nos aplica la analogía. Cae como anillo al dedo esta frase cuando se trata de develarnos verdades acerca de la idea que nos hacemos en nuestros intercambios con diversas personas y en múltiples experiencias, así como con las cosas de las que nos rodeamos en lo cotidiano.
Sin darnos cuenta y por desatentos podemos terminar en una dinámica engañosa donde la elaboración y producción del sujeto y objeto de intercambio nos induce falsamente a un valor que no contiene.
Tal como con el oro, nos deslumbramos por una apariencia de las personas, las oportunidades, los lugares y las cosas, que por cierto relucir y brillo les otorgamos grandiosidad, cayendo en un autoengaño vergonzoso puesto que no tuvimos como filtro algo más importante como la virtud inocultable al maquillaje y a la máscara.
Así lo advierten incluso en la literatura y la música algunos artistas, como el escritor inglés, Geoffrey de Chaucer en “The canon´s Yeoman´s cuando expresa “But a thing which that shyneth as the gold/ Nis nat gold, as that I have herd it told” (Pero todo aquello que como el oro brille/no es oro a pesar de lo que digan”) y también la canción de Led Zeppelin Stairway to heaven en la línea que dice “there´s a lady who´s sure all that glitters is gold” (Hay una chicha que está segura de que todo lo que reluce es oro).
No somos ajenos a caer en falsas apreciaciones y tomar decisiones desacertadas puesto que por momentos estamos distraídos, confundidos o tan ansiosos por encontrar lo valioso en la vida – bien sea en el trabajo, el estudio, las personas que nos acompañan, los lugares que visitamos- que con débil criterio apreciamos lo que elegimos, buscando llenar vacíos que peligrosamente se agudizan dada la falta de valor que en principio nos concedemos a nosotros mismos.
Es importante observar bien, palpar con nuestra intuición aquello que se nos presenta y darle la vuelta para que nuestra apreciación sea lo más verdadera posible. Y no se trata de juicios, sino de valoraciones para que desde nuestra verdad no demos pasos en falso hacia dinámicas de vida que terminarán siendo una falsa ilusión.
Fuentes consultadas
Y si ella está comprando una escalera al cielo, ¿cuál es el precio que deberá pagar por ese alucinado viaje? Sin duda, la caída y su respectivo daño. En su traducción de las escrituras védicas, H.P. Blavatsky lo transmite así: “Este Vestíbulo, tan peligroso en su pérfida belleza, es necesario solo para tu prueba. Cuidado, lanú, no sea que, deslumbrada por el resplandor ilusorio, se detenga tu alma, y en su engañosa luz quede presa.” – La Voz del Silencio