Por Ramón Navarro | SKY Ecuador
Hay verdades inocultables, aunque sean invisibles. Ráfagas de energías que intervienen en lo humano, y que solo nuestro nivel de conciencia le otorga el valor que le es propio de su naturaleza cósmica, eterna y creadora. El hombre que comprende el significado del logro espiritual sabe, por antonomasia, que ha transitado por el sendero infinito de la transformación. Experimentación, sí, el principio que decanta la acción. El hombre que celebra la fuerza, la energía de la Madre Divina.
A partir de este sábado 17 de octubre, y hasta el domingo 25, una de las más antiguas tradiciones de este planeta, se movilizará con su imponente y auspiciosa energía, remarcado una extraordinaria aventura puránica, confrontaciones entre la luz y la oscuridad, en ese inmensa e inimaginable cosmogonía. La hostilidad, como fermento de esa impostergable necesidad de resguardar los principios creadores, y de sanar el Universo supremo, no podía sino surgir en medio de aquellas elevadas frecuencias que permitieron a esa avanzada de luz, ratificar una victoria grandiosa frente a un enemigo formidable.
Días, más que para recordar, examinar con devoción el origen de ese nervio cósmico que nos encadena con esplendor a una expresión de lo real por encima de terrenal. Durga y su dominio sobre el demonio Mahishasura. El duelo, que es también un himno a la vida, una hierofanía en manifestación de lo sagrado, pura, y de una fuerza civilizadora, puso al mal en su sitio, y la oscuridad quedó desfragmentada como buscando el punto desde donde nunca debió salir.
Pero allí estuvo, está y estará la gallarda prueba de una deidad que jamás se quebró, que, a más desafíos, más supremacía cobraba su vida interior; por más astuto, entrenado y dotado que haya estado el rakshasa, ha de sobrar valor para invocar la urdimbre energética que simboliza la destrucción de todo cuanto desvalora al hombre y su propósito. Nueve formas de la Madre, contra aquellos vicios que enaltecen las sombras, e incansables guardianes que no abandonan si no los abandonas; eterna recreación del supremo esfuerzo del amor.
Lo fenoménico no pierde supremacía, piso divino, sacralidad, por más que las circunstancias nos hayan virtualizado el ejercicio de la ritualidad, en relación con la presencia física, en el majestuoso templo de la Devi, en el Ashram Caminantes del Amanecer. Apreciarlo ahora desde nuestros hogares, ratifica que, resistencia aparte, el compromiso con el ritual y su libertad creadora, es absoluta.
Ceremonias que liberan, que nos embarcan en un recorrido hacia nosotros mismo, en lucha eterna tanto como la consideremos eterna, disolviendo contenidos, ordenando nuestro avance. Cuando la materia se asume en deuda con su ser, y reconoce que esa entidad ha menoscabado su elevación, surge la tarea impostergable de edificar su propia épica. Hacerse héroe de sí mismo, que es una estancia vívida, un tránsito hacia una frecuencia perturbadoramente hermosa. La shakti vitaliza, impulsa, subsana, socorre.
Es sabido que matar monstruos es matar cosas oscuras, y la elevada aventura del alma necesita ese estallido de luz para manifestarse. En esos nueve días hay que estar dispuestos a originar una entrega, a asumir la construcción de tu lugar sagrado, olvidando ya esa letanía de lo virtual, y admitir que el lugar de la incubación espiritual eres tú mismo.
Contemplemos y percibamos nuestro vigor, aliento, en este periodo de una semana, donde el alma individual, a su vez colectivizada, va a la búsqueda de dicha, de un encanto que despierte lo que haya que despertar, que ampare lo que haya que amparar y, en la beneficiosa sacudida, florezca la imagen de esa fuerza imperecedera, inagotable, inmortal, que se aloja en nosotros.
Soy caminante de luz en cada amanecer, victorioso de mi poder y lucha contra el mal.