Como especie, nuestros esfuerzos por sobrevivir se han basado en nuestra capacidad de cooperar. Esta estrategia ha sido tan inmensamente exitosa que hemos llevado a cabo toda empresa imaginable. Por ejemplo, creamos la agricultura y aseguramos nuestro alimento. Luego, comenzamos una revolución tecnológica que dio lugar a las primeras grandes civilizaciones. Desde entonces, el desarrollo de las sociedades humanas no ha cesado, y cada día nuestras innovaciones se asemejan más a un relato de ciencia ficción.
Sin embargo, ¿es esta la dirección correcta? Conjuntamente con este “desarrollo” creamos la guerra, y fuimos artífices de horrores inimaginables en contra de nuestra propia especie. Adicionalmente, nuestro voraz apetito ha causado un agotamiento extremo de los recursos naturales de la Tierra, al punto de necesitar de casi dos planetas para satisfacer nuestras necesidades en este 2023[1]
¿Podríamos decir, entonces, que nuestras decisiones hasta este punto han sido las correctas? Es difícil asegurarlo. En especial si, al mirar hacia atrás en nuestro camino, vemos la estela de destrucción que hemos dejado a nuestro paso. Pero de algo podemos estar seguros: en la mayoría de casos, hemos hecho de nuestros fracasos un aprendizaje y hemos reunido el conocimiento para superar prácticamente cualquier obstáculo.
Y es que esta es nuestra naturaleza: un estudio reciente [2] muestra que, cuando cometemos un error, nuestro cerebro dispara un impulso eléctrico que comunica al resto del cuerpo que se ha errado. Esto sucede con tanta rapidez, que nosotros no somos conscientes de este hecho sino hasta unos pocos segundos después. Esta estrategia evolucionó con nuestros antepasados cazadores recolectores, en un contexto en donde una mala decisión era un asunto de vida o muerte.
El estudio concluye que un error desencadena mecanismos fisiológicos que preparan a nuestro cuerpo para prestar más atención y evitar equivocarnos, incluso antes de que seamos conscientes de nuestro fallo.
En resumen, generar conocimiento, especialmente de nuestros errores, es algo tan inherente al ser humano que está incluso en nuestra biología. Pero ¿esto garantiza que seremos seres no solamente con más conocimientos, sino también más conscientes? ¿Más sabios y empáticos hacia los otros?
Quizás el error más grande que hemos cometido, y sobre el que poco o nada hemos aprendido, ha sido concentrarnos en nuestro desarrollo material, y dejar de lado el desarrollo de nuestra conciencia y nuestro crecimiento espiritual. Como expone Krishnamurti en su libro «La Educación y el Significado de la Vida», hemos sistematizado el conocimiento que hemos acumulado a lo largo de nuestra historia, y hemos creado instituciones encargadas de transmitirlo, asegurando su continuidad a través de las futuras generaciones.
Pero en este intento «en vez de despertar la inteligencia integral del individuo, la educación actual fomenta el ajuste a un patrón definido y, por lo tanto, impide que el individuo se comprenda a sí mismo como un proceso total»[3]. El paradigma de educación se ha concentrado en conocimientos técnicos, pasando por alto cuánto nos queda por aprender aún sobre nosotros mismos, y cuál es la trascendencia de esta sabiduría en nuestras vidas.
El error se convirtió en conocimiento, el conocimiento en poder, y el poder sedujo a nuestro ego, arrastrándonos a perseguirlo sin descanso. «Si solo se nos educa para lograr honores, tener un buen trabajo, ser más eficientes o dominar más ampliamente a los demás, entonces nuestras vidas serán superficiales, vacías […] entonces contribuiremos a la destrucción y a la desdicha del mundo»[4].
Esta reflexión, casi profética, hace énfasis en que hemos perfeccionado nuestros modos de adquirir conocimientos sobre el mundo, pero sabemos poco o nada sobre nosotros mismos y nuestra auténtica naturaleza. Encontrar las respuestas a estas interrogantes supone el único y verdadero propósito de nuestra existencia, de acuerdo a las tradiciones de espiritualidad profunda como la propuesta por el Sanātana Dharma. De esta tradición emerge el Yoga, cuyo propósito es brindar herramientas para detener las fluctuaciones de la mente, continuamente sobre estimulada por nuestros sentidos, y entrar en contacto con nuestro ātman, nuestra Conciencia Superior.
En un mundo donde adquirir conocimiento y poder es la premisa, detenernos a explorar la profundidad de nuestro propio Ser es un acto de rebeldía consciente, el único acto posible. Solo entonces podremos comprender genuinamente cuál es nuestro propósito, y solo entonces podremos alcanzar nuestra propia realización.
Fuentes consultadas:
1 The World Counts. Number of Planet Earths we need. [en línea] Recuperado el 05 de julio de 2023 de https://www.theworldcounts.com/challenges/planet-earth/state-of-the-planet/overuse-of-resources-on-earth
2 Overbye K, Bøen R, Huster R and Tamnes C (2020) Learning From Mistakes: How Does the Brain Handle Errors?. Front. Young Minds. 8:80. doi: 10.3389/frym.2020.00080
[1] Krishnamurti, J. 2017. La Educación y el Significado de la Vida. Primera Edición. Barcelona: Ediciones Obelisco. P 7
[1] Íbid
[4] Íbid