Somos proto-cyborgs a pocos pasos de un destino irreversible. El ser humano en este tiempo ya experimenta lo que las películas de los 90’s y otras corrientes artísticas de anticipación sugerían: un mundo dominado por las máquinas, distópico, en donde la inteligencia va quedando en manos de la tecnología mientras nosotros somos marionetas de nuestros propios inventos. La aparición de múltiples diagnósticos de irregularidades en salud mental frente al uso de los Smart-phones, por ejemplo, indica ya la reversibilidad del sistema mismo: entre más medios de comunicación existen, más incomunicados, desolados y aislados nos encontramos.
Creemos que el avance está en nuevas posibilidades digitales que revolucionan las interacciones sociales. Pero al mismo tiempo la depresión, la ansiedad y las inseguridades se apoderan cada vez más de las generaciones que hoy en día crecen siendo ingenuas ante la cyber-cultura. El negocio multimillonario de los magnates de Syllicon Valley vive a costa de la integridad moral de millones de adolescentes que entregan a estas redes su auto-estima, su tiempo y su libertad sin saberlo.
Estudios realizados por el instituto Humane Technology de los Estados Unidos, reportan que ya se pueden rastrear socialmente los efectos devastadores de las redes sociales en la así llamada generación Z. Timidez en la manera de relacionarse presencialmente, vacíos en su formación escolar, falta de toma de riesgos como por ejemplo al pedir una licencia de conducción, y varios desórdenes psicológicos como la hipersensibilidad, o como obsesiones y adicciones a Tik-Tok, Instagram y al uso de filtros para fotos, evidencian una cultura enferma y en necesidad de una reforma radical.
Las relaciones humanas no han sobrevivido a la digitalización tampoco. Por ejemplo, encontramos en Japón a los Hikikomoris, un movimiento urbano de millones y millones de personas que toman la radical decisión de vivir su vida online de manera permanente: trabajo, amistades, educación, entretenimiento… aspectos todos de la vida que son vividos en una pantalla en horario 24/7, sin salir jamás al mundo exterior. Piden su comida a domicilio y así evitan a toda costa el contacto con el resto de la sociedad.
Inclusive sus relaciones de pareja son llevadas virtualmente. No solo en Japón, sino en la mayoría de los países del así llamado primer mundo, vemos cada vez más le tendencia del sexo virtual. La ritualidad del enamoramiento entre las dos personas se pierde. Existe únicamente el deseo egoísta de la satisfacción personal y el morbo. El encuentro sexual es acordado mediante aplicaciones que les dan a sus usuarios lo que quieren, y estos disfrutan básicamente de un video pornográfico que va y viene de forma personalizada.
De hecho, los datos que han obtenido las investigaciones realizadas por el portal de SaludDigital son concluyentes. “De las 22 horas a la semana que pasa un usuario medio en internet, dedica aproximadamente dos a actividades sexuales online. Es decir, la sexualidad no se queda al margen de la universalización del uso de internet. El cibersexo incluye un montón de actividades que se pueden hacer online (desde comprar objetos sexuales a consumir prostitución) y que enganchan porque es muy accesible, muy cómodo y el usuario percibe un anonimato”, indica una de ellas. También resalta el hecho de que la adicción al ciber sexo ya es considerada una patología ante la cual se prescriben psicofármacos, psicoterapia y acompañamiento profesional
No solo es vergonzosa la incapacidad del ser humano contemporáneo de interactuar de cara a otros, sino también vemos esa irreflexiva pérdida de lo esencialmente humano que se acrecienta exponencialmente cada día. Las gafas de realidad virtual, por ejemplo, tienen su mayoría de usuarios hombres buscando pornografía en 3D, con posibilidad de interacción, así como lo describe la adicción al ciber sexo. Y es que ante esto vale la pena preguntarse. ¿porqué habría de ser diferente? ¿es que acaso la existencia de un metamundo, de un “metaverso”, debería hacernos actuar moralmente, cuando no lo hacemos tampoco en el mundo real?
La inteligencia artificial ha fracturado a la sociedad. Nuestras psiques se han visto dis-locadas, pues la nueva geografía digital plantea una contradicción insoportable para el alma: lo que no es, lo que es meramente una apariencia, se presenta como realidad, y llegamos a creérnosla y a sufrir por ella, incluso a apegarnos cual si fuera una posibilidad utópica hecha realidad. La ancestral noción védica del Mundo como Maya (en sánscrito), que traduce ilusión, apariencia, engaño, es el leitmotiv de la vanguardia tecnológica hoy por hoy.
Por eso se necesita con urgencia una contra-cultura que reflexione sobre eso y haga un llamado de atención al ritmo desbocado que ha tomado el desarrollo tecnológico en las últimas décadas. Es cierto que el mundo virtual puede propender por alternativas de educación a distancia, servicios médicos que llegan a zonas rurales imposibles de cubrir si no fuera por el internet, entre otras. Y lo ha hecho. Pero resulta evidente que las pérdidas, el golpe que ha recibido nuestra cultura, tiene un precio más alto aún.
Lo que se necesita es, en primera instancia, un retorno a lo humano: vernos en nuestro cuerpo sin filtros ni emoticones, saber de nuestra piel y su posible contacto con la del otro. El abrazo, la mirada, el contacto con la naturaleza y sus elementos… lo real y tangible. Y en segunda instancia se necesita incluso la trascendencia de eso mismo también: llevarnos a donde no hay cuerpo ya, ni visión ni sonido; más allá de toda apariencia. Es un viaje interior hacia ese lugar profundo en donde ya no hay identidad, ni miedos, ni complejos; y, en suma, ni engaños que se hacen pasar por la verdad.
Fuentes:
Portal digital Consalud: https://www.consalud.es/saludigital/66/cuando-se-convierte-el-sexo-online-en-un-problema-para-la-salud_41537_102.html
Documental “The Social Dilemma”, Netflix (2020).
Mendoza, Mario. La importancia de morir a tiempo. Capítulo: Los Hikikomoris. Bogotá, Colombia.
Que bien integrados en este análisis los diferentes elementos de una tendencia que requiere de manera urgente una acción de autocontrol y reversión de su incidencia. Nos invaden sin darnos cuenta hasta el punto de desdibujar nuestra humanidad y nuestra divinidad.