Los Juegos Olímpicos contemporáneos necesitan una revisión. Este domingo 08 de agosto se celebra la ceremonia de clausura, la edición XXXII, inconcebible para más de la mitad del mundo que pensaba que podría prevalecer la sensatez del Comité Olímpico Internacional, el organismo responsable de activar su colosal infraestructura, y como conquistador irredento, supo más bien, esbozar su domino sobre un territorio que creció en estados de emergencias y con unas cifras records de contagio de covid-19, inimaginables.
Porque, los Juegos Tokio 2021, más acá o más allá del hábito y costumbre de convocar a los mejores, de concentrar la flor y nata de deporte mundial, deja atrás unos episodios que merecen consideraciones aparte, como el interés de involucrar, ya abiertamente, la participación infanto-juvenil a una agenda olímpica, que busca oxigenarse con nueva sangre, nuevos deportes (kárate, escalada, skateboarding, surf , baloncesto 3×3 y la modalidad BMX freestyle), atraer público más joven y darle al “agón”, un carácter más urbano.
“Potenciales patrocinios,
recargado de futuras
alianzas mercantiles.”
La escena de las dos niñas de 13 años, cargando el oro y la plata, en el debut del “skateboarding”, se puede interpretar como un mensaje categórico dirigido a potenciales patrocinios, recargado de futuras alianzas mercantiles, ya que, su naturaleza competitiva luce forzada en un espacio cada vez más renuente a la estabilidad de principios de naturaleza filosófica, como la noción latina de crear con alegría, o la supervivencia del homo ludens.
¿Por qué exhibirla ahí como una anécdota olímpica, como el podio más joven de la historia? Hay que buscar novedades a cualquier costo.
Otra mirada, que conviene recordar. El presidente del Comité Olímpico Internacional, el alemán Thomas Bach, sabe cómo observar los vientos que pudieran poner en riesgo el logos del olimpismo mundial, y emprender ajustes para salvaguardar el dominio. Con su casi perfecta manera de cambiar de posición los aros, tuvo la destreza de cancelar la IV versión juvenil de la cita multidisciplinaria, Juegos Olímpicos de la Juventud, Dakar 2022, y postergarlos para la misma ciudad, en el 2026 “Responde a la exigencia de responsabilidad y eficacia que demanda las circunstancias actuales”, dijo Bach, refiriéndose, a todas luces, a la pandemia.
“El Olimpismo, un conjunto
armónico de cualidades
del cuerpo, voluntad y espíritu.”
Sí, declinó, por un lado, y apretó las tuercas por el otro. Los juveniles en ese contexto no mueven tanto dinero como los adultos en Tokio, por eso cancelar dos eventos deportivos de un plumazo, habría sido la tragedia financiera olímpica del siglo XXI. Por eso es importante simular.
El columnista de The Washington Post, Mike Wise dio en la diana cuando dijo lo siguiente: “Una de las decisiones tomadas por dinero más descaradas y arrogantes contra la humanidad en la historia del deporte moderno está a punto de concretarse en un país donde hasta hace unas semanas solo cerca del 16% de la población estaba completamente vacunada, 83% de los ciudadanos dice querer que los Juegos Olímpicos sean cancelados o nuevamente reprogramados”.
Luego, Wise volvió a hurgar con el puñal al señalar que el COI se había ganado la medalla de oro de la codicia, la plata le correspondió a NBCUniversal, y los organizadores japoneses, el bronce. Y es que, como apunta Wise, la poderosa compañía de medios estadounidense pagó al COI (hasta el 2032) la nada insignificante cifra de 7.500 millones de dólares para los derechos de transmisión de los Juegos en EEUU. No eran las mismas razones que obligaron a cancelar los Juegos Olímpicos de la Juventud. Sabido es que donde hay dinero, hay poder.
“Olimpia era una fiesta
para la mirada,
un continuo espectáculo.”
Exigirle al COI un recorrido interno y que se mire en las citas antiguas, es una utopía. Es mucho más el dinero que producen que los principios de solidaridad que dicen promover. Su exagerada visión de crecimiento mercantil atenta contra su sostenimiento. Al ser una maquinaria productora de dinero, sus principios esenciales quedan al margen. Deja así un extraordinario agujero negro, que absorbe todo lo bueno, y todo lo malo.
Uno de los principios fundamentales del olimpismo, el primero, referidos en La Carta Olímpica, destaca que esta corriente es una filosofía de vida, que exalta y combina un conjunto armónico de cualidades del cuerpo, la voluntad y el espíritu. Otro más, el quinto, señala que como el deporte es una actividad que forma parte de la sociedad, las organizaciones deportivas en el seno del Movimiento Olímpico deben aplicar el principio de neutralidad política.
Ambos principios no pueden sino estar en consonancia con las imperfecciones que el propio COI exhibe. La voluntad y el espíritu están íntimamente relacionados con la libertad, y cuando un deportista se prepara con la finalidad materializar un resultado satisfactorio, todo queda engranado en ese pasillo del status quo que no es otro que el éxito y la gloria. Quedas atrapado, esclavizado, el sistema de valores competitivos te martiriza. ¿Acaso no fue Simon Biles un síntoma de ese agobio olímpico?¿Alguien sabe la realidad de su participación en el riel de equilibrio luego de haberse negado a competir en las otras modalidades? Misterios.
“Apartad, apartad esos Juegos, que ya
dieron todo lo que tenían que dar.
¿Qué valores representan hoy que
no orbiten en lo mercantil?”
También está el aspecto político. La pretendida neutralidad es solo un término hueco, porque nada más utilizado para fines políticos, en este viejo repertorio del Estado-Nación, como el deporte, en cualesquiera de sus manifestaciones. De allí el interés del COI por apoyar, en segunda ocasión, a los deportistas refugiados, un grito de alarma mundial, o la curiosa autorización de permitir a los rusos competir bajo la bandera de su comité olímpico nacional, obviando, o quizás, enfrentando políticamente, la sanción -dopaje estatal, bajo el consentimiento de Putín- de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) y ratificado por el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) que execra a los rusos de Tokio 2020 y los Olímpicos de Invierno, Beijing 2022.
¿Cómo tomarse en serio un devenir olímpico que apuesta más por el logro mercantil, que por una justa y razonable defensa de la Carta Olímpica? ¿Bajo cuáles criterios éticos transmite el olimpismo actual disciplina, formación de carácter, de espíritu y moral, de solidaridad, no solidaridad automática, de esa armonía que viene del equilibrio entre el cuerpo y el alma? Si los Juegos de la antigua Grecia constituían una expresión del modo de ser griego, estos santuarios de oropel, ¿qué y a quiénes representan?
Si como dice el filólogo de la Complutense de Madrid, Carlos García Gual, en su muy acucioso ensayo “Los que iban a mirar”, donde señala que ciertamente Olimpia era una fiesta para la mirada, un continuo espectáculo, “una algarabía pacífica y jubilosa, un lugar privilegiado de encuentros, una clarísima y rumorosa ocasión para ver y ser visto, una ciudad sin teatro que era ella misma un teatro”, esto de Tokio va a contrapelo de aquellas armonías sociales, de ese árete desde donde se ejercía un modelo de virtud y entrega.
Vale imaginarse, apuntando al cielo algunos litigios entre los dioses, en una franca batalla entre luz y oscuridad, para ver qué es lo más conveniente para la humanidad, una civilización que no ha entrado por el redil del amor, la paz y la armonía. Son miles y miles de años perdidos, arruinados por las calamidades extremas representadas en la inconsciencia. Vale imaginarse entonces a uno de ellos, diciendo “Apartad, apartad esos Juegos, que ya dieron todo lo que tenían que dar. ¿Qué valores representan hoy que no orbiten en lo mercantil?”. Hay sus excepciones, lo sabemos.
El fenómeno crea sus propios espacios y asoma hermosas gestas. No todo está alterado. Hay un orden épico que sobrevive. El resonante y sorpresivo triunfo del ecuatoriano Richard Carapaz, quien brilló en la ruta del ciclismo, a menos de siete días de ocupar el tercer lugar en el Tour de Francia; el oro de la saltadora de triple, la venezolana Yulimar Rojas, quien ratificó su liderazgo mundial al dejar una impresionante huella de 15,67, con nuevo récord olímpico y mundial.
Centenares de historias cuelgan en los diversos portales, marcando odiseas particulares, como la amnistía olímpica que acordaron los saltadores de alto, el qatarí Mutaz Essa Barshim y el italiano Gianmarco Tamberi, que prefirieron compartir el oro, antes que imponerse uno sobre el otro; o el joven nadador, el galés Matthew Richards, de 18 años. Este, a pesar de la cuarentena por la pandemia que vivió todo el Reino Unido, entrenó en una piscina de lona, en el jardín de su casa, y maravilló al mundo con su oro olímpico en el relevo 4×200 libre, a escasas centésimas de segundo de batir el registro mundial que posee EEUU.
La integridad y el coraje no son patrimonio de los héroes deportivo. Eso al menos, lo demostró el tenista serbio Novak Djokovic, ganador de 20 torneos del Grand Slam, y bronce olímpico en Beijing 2008. En Tokio, en un rapto de malcriadez, rompió la raqueta al perder toda opción de subir al podio. Otro pasaje que pone en tela de juicio la integridad olímpica, fue el descarado robo que sufrió el pugilista colombiano Yuberjen Martínez, ante el japonés Ryomei Tanaka. Una decisión localista, alejada de todo escrúpulo, que certifica la podredumbre que habita en el movimiento olímpico internacional.
Dajomes, la pionera
Machismo olímpico y resistencia femenina. Vaya fortaleza. Y no es un juego de palabras. Ecuador había logrado su primera medalla de oro en la cita de Atlanta 1996, con el marchista Jefferson Pérez, y 25 años después, el ciclista Richard Carapaz ratificó, en Tokio, esa tendencia masculina al oro olímpico. Pero el deporte es un espacio divino donde suele ocurrir lo impensable. Y el destino sabe muy bien administrar las hazañas. No todos pueden aspirar a la gloria. Esa idiosincrasia machista la horadó una humilde deportista, cuyos padres se refugiaron desde 1998 en la amazonia ecuatoriana, sin duda, movilizados por la violencia guerrillera del vecino país. Neisi Dajomes se convirtió en la primera mujer de su país en alcanzar la presea dorada en unos Juegos Olímpicos. Lo logró en las pesas, en la división de 76kgs, y al día siguiente, su compatriota Tamara Salazar (87kgs), atrapó la plata, en un episodio inédito para la cultura deportiva de Ecuador. Ambas pesistas, rompieron un paradigma que se había instalado en la memoria colectiva. Las dos están en una edad favorable, 23 y 24, años respectivamente, para aspirar el oro en las Olimpiadas de París 2023. Esperemos que el entusiasmo, la alegría por competir, se mantengan.
Fuentes consultadas https://www.washingtonpost.com/es/post-opinion/2021/07/22/juegos-olimpicos-inauguracion-covid-19-ganancias-olimpiadas-tokio-2020-2021/ https://www.france24.com/es/deportes/20201217-rusia-tas-escandalo-dopaje-juegos-olimpicos-ama https://www.bbc.com/mundo/deportes-57936662
Considero que la inclusión de tantos deportes nuevos y los deportes de equipo como fútbol el basquet y otros parecidos ya le han quitado su esencia a los juegos olímpicos, bajo esa perspectiva lanzarse en carrucha como lo hacen en mi país debiera ser considerado deporte. El asunto mercantilista creo que es inevitable ante tantos deportes, hay que costear estos juegos de alguna manera.
En momentos como estos, la crítica y juzgar desde afuera no aporta nada.
A pesar de los fariseos del deporte que de todo quieren lucrarse, el espíritu y la voluntad de trascender las limitaciones físicas de nuestra condición humana no dejara de alegrarnos. Ver a un atleta burlar la leyes de la gravedad y llevar al limite a la materia orgánica nos debería dar una idea de lo que podemos hacer en los planos sutiles.