“Los ricos levantan Templos para Shiva. ¿Qué puedo yo, un pobre hombre, hacer? Mis piernas son tus columnas. Mi cuerpo el santuario. Mi cabeza es la Cúpula de oro. Escucha ¡Oh, Señor! Lo inmóvil caerá. Pero lo que tiene el corazón en Ti, permanecerá por siempre”
Basavanna
Juan Camilo Montilla | SKY Colombia
El ritual es tan antiguo como el ser humano, y antecede incluso el auge de culturas y sociedades organizadas. En un sentido antropológico podríamos decir incluso que la comunidad existe gracias al ritual, así como la familia existe gracias al fuego… por eso hogar deriva de la misma raíz de hoguera, pues fue alrededor del fuego en donde se tejieron las primeras formas de familia y comunidad.
En un sentido amplio el ritual es análogo al lenguaje. Sin lenguaje -cualquier tipo de lenguaje- no hay comunicación y por ende no hay otredad. Tampoco se articula el pensamiento, y por ende no es posible la vida como la conocemos. De cierto modo, cada palabra invoca el objeto que refiere, y en ese sentido nuestro lenguaje es ritual, es mantra, pues contiene la realidad a la que alude, y así mismo permite el misticismo al callar y hacer posible también la metáfora, lo poético, y el silencio, lo innombrable.
Similar a esto, la mitología se asocia al ritual y funge como una forma de pensamiento anterior a la razón. El pensamiento mitológico es característico de toda cultura primigenia, pero también de todo ser humano en su temprana niñez, la etapa prerracional, en donde las hadas, los dragones y todo tipo de narrativa fantástica son posibles. Visto desde un punto de vista transpersonal, este tipo de pensamiento es superior a la razón en cuanto está más cercano a la intuición, la cual involucra una posible apertura hacia estados superiores de conciencia.
El ritual, dicho esto, es un fenómeno primero y último. No sólo es una forma de hacer y de pensar poética, mítica o simbólicamente, sino también un estamento de conciencia que permite la creatividad y la conexión, con el entorno, con los otros y con lo divino. Esto lo constatamos mediante el hecho de que éste ha permitido la construcción de cosmologías, senderos espirituales y en últimas también civilizaciones enteras. Mas aún, habría mucho todavía por decir al respecto incluso en términos esotéricos.
Como ha dicho varias veces Swami Shivananda, impartiendo las enseñanzas de Shakti Ma y el Mahavatar Babaji, el ser humano primero vio al dios en la naturaleza: deidificó la lluvia, el trueno, el viento, y en torno a estos elementos elaboró su cosmovisión. Más tarde, abstrajo su comprensión e inventó el Tótem, a quien dotó de cualidades suprahumanas y reverenció en creencias politeístas. Así, la creación de las religiones como organizaciones jerarquizadas, con una enseñanza establecida racionalmente en dogmas estructurados, vino después, en una era de predominante ignorancia y olvido que no supera los 2.500 años de antigüedad. Por supuesto, ante cada momento de nuestra comprensión espiritual fuimos desarrollando formas rituales paralelamente.

No obstante, el ritual visto desde la Sabiduría Yoga se encuentra en un nivel de evolución mayor en la comprensión humana de lo divino. Después de haber deidificado los fenómenos naturales, luego los artefactos creados por nosotros mismos, y luego algunas enseñanzas manipuladas por organizaciones religiosas, el ser humano pudo trascender y prescindir de todo lo anterior para entrar en una relación directa con lo sagrado.
El yogui no requiere templo alguno por que contempla a Dios en su propio Ser. Si bien en la antigua Tradición Védica, de donde nació el Yoga hace milenios, pululan los templos y las imágenes o murtis, éstos se comprenden siempre como una proyección de una realidad divina interior, y no al revés. No se venera algo externo, sino que se proyecta la fuerza interior en imágenes arquetípicas que activan el recuerdo de nuestra naturaleza cósmica intrínseca. Su direccionalidad de reverencia es opuesta a la de la religión, quien sacó a dios del corazón y añoró un paraíso que no le pertenece.
Todo lo previamente dicho es la muestra de que el ritual hace parte de nuestra naturaleza humana y divina, al darle también un carácter sagrado a nuestro tiempo. Tiempo evolutivo, como lo concibió contundentemente Sri Mataji Shaktiananda. Y por eso es que su pérdida representa una amenaza incalculable para la humanidad. Hoy por hoy el coronavirus puso los rituales en jaque, incluso algunos de los más nobles como el saludo de manos o el abrazo mismo. Y en esa progresiva pérdida de la ritualidad, y su inevitable traducción en mayor virtualidad, hemos ido perdiendo algo intrínsecamente humano.
Iglesias, Mezquitas, Pagodas se han cerrado. ¿Cómo es posible construir un sentido de lo sacro que pueda superar la ritualidad externa limitante? La cita de Basavanna, poeta shivaísta medieval, que abre como epílogo este texto contesta esa pregunta. Así no sea posible acudir al Templo o a la Iglesia, así la pandemia arrase con las miradas y las presencias y nos ponga de cara a las pantallas digitales sin otra opción, siempre es posible el Templo interno.
A fin de cuentas, el autoconocimiento es la única puerta que al abrirse nos conduce verdaderamente a un encuentro propio, místico y sagrado. Retomando las milenarias propuestas yóguicas podríamos decir que el ritual del respiro consciente, de la atención plena a nuestro cuerpo, a nuestros pensamientos, -nuestra meditación-, etcétera, es el vehículo para reconectarnos definitivamente en esa experiencia de silencio, más allá incluso del ritual mismo, con la Fuente creadora que mora en el interior de cada quien.