Siempre será oportuno resonar con el llamado de aquello que reverbera en nuestras improntas más esenciales como una vía de retorno al hogar, al fuego primordial, al origen: la Madre. Y será aún más importante recordar este llamado en tiempos en donde una cultura que se inclina ante oscuros artificios tecnológicos, decide olvidar la voz de su creadora: aquella fuente inagotable de vida, amor y bondad, que derrama en forma de canto, las melodías para el viaje de reencuentro y reconocimiento.
Las canciones de cuna podrían darnos el registro musical más palpable y común del anhelo de reconexión con fuerzas trascendentes que residen en nuestras conciencias. A su vez, el mismo acto de entonarlas ha formulado un encuentro real, de refugio y protección, ante las vicisitudes que experimentamos en estas condiciones humanas.
“Se encontró lo que parecía
ser uno de los registros más antiguos
de las canciones de cuna”
Richard Dumbrill, director del Consejo Internacional de Arqueomusicología, del Cercano Oriente de la Universidad de Londres, quien tradujo una tablilla de 4000 años originalmente escrita en acadio, encontró lo que parecía ser uno de los registros más antiguos de las canciones de cuna. Su texto, dirigido a un “pequeño bebé en la casa oscura”, pide que calme sus gritos y llantos, para no perturbar al Dios de la casa, ya que este podría “responder oscuramente” al niño.
Es evidente tal leitmotiv en la gran cantidad de canciones de cuna que ha producido la humanidad en su aspecto madre, motivo que sugiere un talante general: el aplacamiento de las emociones de inquietud y desasosiego, para no ser devorado o molestado por seres oscuros. “Duérmete niño, duérmete ya, que viene el coco y te comerá”.
Paralelamente, algunos estudios han evidenciado la importancia que tiene la voz materna en términos de la vinculación psicológica y emocional de la madre con el niño. Además, los efectos que la voz tiene en la regulación natural de la actividad fisiológica del infante, son sumamente dicientes. Y aún más, las melodías entonadas, a manera de canción de cuna, con sus ritmos arrullantes, sus melodías predecibles (seguras), repetitivas, dulces y estructuradas, permiten incluso una aceleración en la recuperación de afecciones físicas de diversa índole en el ámbito hospitalario, desde nacimientos prematuros, hasta postoperatorios quirúrgicos. Una canción de cuna de Liberia dice:
“Duerme, nena, duerme. Duerme, nena, duerme. Mamá quiere verte con sueño, y luego,
cuando tienes sueño, mamá se siente tan bien. Mamá se siente tan bien.
Así que duerme, duerme. Duerme, nena, duerme”.
Por lo general, es pensado que la canción de cuna la canta la mamá, el papá o el cuidador, a la criatura. Sin embargo, el hecho de que sea el adulto quien también experimente sentimientos de calma, o logre procesar y expresar diferentes tipos de emociones y conflictos contenidos, es sumamente importante. Partiendo desde los efectos básicos, presentes en la regulación fisiológica de la presión sanguínea, la sudoración y la agitación motora (relacionados a su vez con los niveles de ansiedad), es posible notar que las canciones de cuna producen un efecto calmante y de estabilización para el adulto mismo.
Más allá de la calma física que produce el acto de cantar este tipo de formas musicales, en donde las líneas melódicas extendidas, inducen a producir respiraciones largas y profundas, la producción interna de imágenes, refiere a un factor muy importante, e incluso trascendente. Es así como la estrecha relación entre los sentidos internos nos muestra cómo la activación de áreas del cerebro relacionadas con la producción de imágenes, se activa cuando escuchamos o producimos música.
De hecho, abordajes psicoterapéuticos de profundidad, como la Imaginación Guiada con Música, basan su efectividad de tratamiento en esta singularidad humana. Sería así como nuestra propia forma de alcance y proyección hacia la imagen interna de la madre, en diferentes arcos de consciencia, desde los registros más biológicos, hasta las aspiraciones más cósmicas, arquetípicas y trascendentes, toman vida en nuestra visión interna, gracias al efecto catalizador de la entonación de esos cánticos reconectivos.
Entonces, cuando le cantamos a nuestras criaturas, para que se calmen, ¿a quién le estamos cantando? Y es ahí, donde una vez más nos encontramos con la recreación interna y eterna del recuerdo del origen, y el retorno al hogar de la Madre.
Referencias: Reyes, H. (2020). “Lo que las canciones de cuna que cantamos a nuestros hijos revelan sobre nosotros” https://www.nationalgeographic.com.es/edicion-impresa/articulos/canciones-cuna_16408
“Duérmete niño, duérmete ya, que viene el coco y te comerá”. La dulce melodía con que las mamas suelen cantar esta frase, como se expone en el articulo, es lo que realmente lleva al bebe a relajarse. Si el bebe entendiera la letra de la frase anterior, seguro se le quitaría el sueño, pues estaría atento para salir corriendo y evitar que cuando venga el coco se lo coma.