En un mundo saturado de palabras, La tortuga roja (2016) dirigida por Michael Dudok de Wit, con la colaboración del legendario Studio Ghibli, elige el silencio. Esta joya animada, desafía la narrativa convencional regalándonos un mundo, donde la mente se abre al Ser, en medio de la adversidad. Studio Ghibli invitó a Dudok de Wit a dirigir esta obra maestra, que fue concebida tras años de contemplación, ellos solo querían su poesía, su visión, su lenguaje y consiguieron mucho más.
La película puede considerarse minimalista, sin diálogos, sin nombres, sin explicaciones, pero con la quietud donde florece una verdad más grande: la esencia no necesita descripción ni alegorías, solo necesita ser sentida a través del amor, del alma, del Ser.
Todo ocurre en una isla, quizás una suerte de limbo donde un hombre naufraga y despierta solo, rodeado de vegetación, aves, cangrejos, el sonido del mar y el roce del viento que le golpea el rostro como en un símbolo del despertar.
El hombre, en su agonía de estar solo, intenta escapar una y otra vez con balsas improvisadas, pero cada una de ellas es destruida por una presencia bajo el agua.
A lo largo de estas escenas y viendo su frustración por no saber que le impide avanzar, entendemos que posiblemente sea un secreto que lo golpea desde lo más profundo de su inconsciente, pero la frustración, se convierte en rabia cuando descubre que es simplemente una tortuga roja quien interrumpe su huida, sus planes de escapar, de volver, pero no sabemos a dónde.
Entonces, en uno de los actos más desgarradores de la película, él golpea la tortuga, la golpea y la golpea hasta matarla. Pero lo que muere, también renace. Esta es una de las grandes enseñanzas de la película, no hay magia ni explicación, solo nos llega la transformación.
Tras su desolación después de lo ocurrido, y al pasar unos días, de la tortuga surge una mujer, ella no habla, lo mira, permanece, y es aquí cuando comienza una verdadera historia de amor, que no nace del deseo, sino de la presencia. Ambos se entregan al tiempo de la isla y construyen una vida.

Cada escena es un símbolo lleno de códigos que tocan a cada espectador por separado y de manera diferente: la isla es el mundo de cada persona, la tortuga, el tiempo que nos asecha, la mujer, la compasión y el hombre, es el alma humana que lucha por controlar lo incontrolable.
La película nos muestra que la transformación verdadera no ocurre cuando logramos nuestros objetivos, sino cuando nos rendimos al Ser, la redención, aquí, no es castigo ni milagro: es el fluir inevitable de la vida.
Michael Dudok de Wit dijo en entrevistas: “Esta película habla de la conexión íntima entre el ser humano y la naturaleza, de cómo la vida nos lleva a través de ciclos inevitables de nacimiento, lucha, amor, pérdida y aceptación.” Esa intención se ve claramente en el ritmo narrativo: pausado, contemplativo, respetuoso con el silencio, el espectador se convierte en testigo. No se le guía, se le deja sentir.



La película nos recuerda que todo lo que amamos, finalmente, debe seguir su camino, todo ciclo abierto debe cerrarse, porque el amor nunca se disuelve: solo se transforma.
La tortuga roja nos habla del amor como acompañamiento, del dolor como parte del viaje, de la rendición como sabiduría. La filosofía detrás de su narrativa recuerda al pensamiento budista o taoísta, donde lo impermanente no es una tragedia, sino una realidad a abrazar, así lo escribe Lao-Tsé: “El sabio no se resiste al curso de las cosas. Fluye como el agua y se adapta como la raíz.” Eso hacen los personajes. Eso nos pide la película.
En una época donde buscamos respuestas rápidas y tramas complejas, esta película nos pide detenernos y simplemente observar. Vivir. Sentir. No hay nombres. No hay diálogos. Pero hay una historia de humanidad, de transformación, de muerte y renacimiento y en ese vacío de palabras, descubrimos un guion invisible escrito con la tinta del alma.
La tortuga roja no es solo una película, es un espejo para quien esté dispuesto a mirarse, y cuando termina, no deja una moraleja, deja una pregunta en silencio:
¿a qué me estoy resistiendo que tal vez solo necesite ser aceptado?
Esa pregunta, como la tortuga, regresará una y otra vez, hasta que aprendamos a rendirnos sin miedo.

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Fuentes:
https://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/Colecciones/ObrasClasicas/_docs/TaoTeKing_LaoTse.pdf
https://cultura.nexos.com.mx/entrevista-con-michael-dudok-de-wit-director-de-la-tortuga-roja