Vladímir Borovikovski, pintor ucraniano, nació en Mýhorod, Hetmanato cosaco, el 24 de julio de 1757. Su padre era cosaco y pintor aficionado de iconos. Vladímir y sus hermanos sirvieron en el regimiento de Mýrhorod, pero él se retiró al alcanzar el grado de porúchik general para dedicarse al arte.
Comenzó pintando, esencialmente, iconos para las iglesias locales. En 1787 su amigo, poeta y noble mariscal de Kiev, Vasili Kapnist, preparaba hospedaje en Kremenchuk para la emperatriz Catalina II de Rusia y le encargó un par de pinturas alegóricas. En una Borovikovski pintó a la emperatriz y a Pedro I como campesinos, en la otra representó a Catalina II como Minerva; la emperatriz quedó complacida con su trabajo y se lo llevó a San Petersburgo. Es entonces que despega su trayectoria como pintor reconocido.
Los primeros años convivió con el artista N. Lvov en un entorno pleno de música y poesía sentimentalista que influyó en su obra. También nutrió su talento instruyéndose en privado con Dmitri Levitski y Johann Baptist Lampi. En 1795 obtuvo el grado académico de retratista y alcanzó tal popularidad que no le faltó trabajo durante los siguientes 30 años, pintando a la realeza y la corte, la aristocracia, a artistas y literatos.
Reflejaba la individualidad del personaje retratado al darle prerrogativa a la pose, el gesto de las manos y el paisaje. Su estilo era ligero, transparente, basado en superficies lisas y el uso de tonos nacarados. Tenía su propio estudio con discípulos y asistentes, y produjo unos 500 retratos, muchos de ellos en miniatura.
En sus últimos años Borovikovski ingresó a la masonería y se dedicó nuevamente a los iconos.
Falleció en San Petersburgo el 6 de abril de 1825.