La vacuna contra el SARS COVID 2, también conocido como COVID-19, promete ser la vacuna más velozmente creada en la historia de la medicina moderna. Mucho se ha dicho sobre lo oportuno e inoportuno que podría resultar su implementación, y no es menos polémico cuando se lo analiza en detalle. El virus SARS -un tipo previo de coronavirus-, que asoló fuertemente el país de China durante el año 2002, tardó 20 meses en contar con una vacuna. La del Ébola, epidemia africana detectada por primera vez en 1973, tardó 7 meses en ser generada. La del Zika, virus identificado desde la década de los 50’s, tardó 4 meses en su producción. Y hoy, en la actual pandemia, por primera vez vemos una vacuna de tal nivel de urgencia creada en tan solo 65 días.
Sin embargo, dicho proceso no es tan diáfano como parece. La concreción de una vacuna no consiste solo en el hallazgo del compuesto que puede prevenir o combatir con anticuerpos una enfermedad determinada. Hay una serie de procedimientos, verificaciones, pruebas a realizar, y demás, antes de poder comercializar un producto así.
En la carrera internacional por la vacuna contra el SARS COVID 2 encontramos más de 100 candidatas. Particularmente, el laboratorio estadounidense Pfizer, de origen alemán, recientemente anunció que la eficacia de protección de su vacuna es de 90%, con evidencias convincentes en relación con otros ensayos. Otros intentos significativos en esta carrera son los casos de la vacuna producida por la universidad de Oxford, o también las de los laboratorios Moderna y Cansino. Oxford cuenta con una ventaja en ese sentido, pues ya había producido, algunos años atrás, un prototipo de vacuna contra MERS COVID, un coronavirus previamente existente.
Según el documental Coronavirus en pocas palabras, de Netflix, se requerirían por lo menos 5000 pruebas que demuestren la eficacia de la vacuna antes de su lanzamiento. Viendo dicho panorama, y sabiendo también que en promedio se necesitan 4 años para oficializar cualquier vacuna con licencia, constatamos que esta carrera por la vacuna contra el COVID 19 representa una urgencia a todo nivel. Y en efecto así es como se lo ha tomado la comunidad internacional.
No obstante, algunos casos similares en la historia demuestran que una vacuna contra una epidemia no siempre tiene éxito. Por ejemplo, cuando, durante la segunda guerra mundial, el ejército de los aliados fue vacunado contra la fiebre amarilla, el resultado fue que miles de ellos padecieron ictericia y hepatitis, y algunos murieron. En los años 50’s, por otro lado, la recién creada vacuna contra el Polio dejó a 40.000 personas contagiadas con esa misma enfermedad, y mató, adicionalmente, a unas 200 personas.
Ahora bien, la opinión de varios expertos dice que lo que consideramos la “normalidad”, es decir, el estilo de vida que la sociedad sostenía antes de la pandemia, podrá volver plenamente solo cuando haya un 60% de inmunidad en el planeta, ya sea por contagio generalizado o por vacunación. En un mundo con casi 8 billones de habitantes, se necesitarían más de 4 billones de vacunas, lo cual representa una suma nunca antes contemplada a nivel farmacéutico para producción en masa. Algunas industrias cuestionan incluso el hecho de que hoy ni siquiera se cuenta con los envases de vidrio suficientes para tal profusión. Pero a todas luces pareciera que inevitablemente esa es la agenda que le espera a buena parte del mundo.
Además del “descubrimiento” y de las sucesivas validaciones, luego vendría la dificultad de la distribución, que puede ser compleja ya que la política puede interponerse en los tránsitos e importaciones. Luego el precio de venta es otra variable, pues para poder masificar lo suficiente esta vacuna, por ejemplo, la empresa Johnson y Johnson prometió venderla a un costo aproximado de 10 dólares por dosis. Si se hace la matemática, no solo del costo directo de la vacuna sino del horizonte que le espera al sistema económico y político de nuestra sociedad a razón de la pandemia, vemos que lo que gira alrededor del Sars Covid representa un cambio total en la civilización como la conocemos, acaso bastante conveniente a ciertas esferas de poder.
No es casual que uno de los accionistas del laboratorio Pfizer, el fundador de Microsoft Bill Gates, predijo el estado actual del mundo 5 años atrás en cuanto al virus. Gates, asimismo, dijo recientemente que la única vacuna que, “si todo va a la perfección, podría solicitar la licencia de uso de emergencia a finales de octubre, sería la de Pfizer». Adicionalmente, ha dicho que será una vacuna que requiera refuerzos o dosis adicionales dos veces al año, al menos dentro del campo de acción farmacéutica que a él le compete.
Bill Gates es también el segundo mayor beneficiario de la OMS después del gobierno de los Estados Unidos. Esto puede ser visto como una evidente enorme posibilidad de influencia suya sobre dicha organización. Y si a eso añadimos el hecho de que la OMS advirtió, en septiembre 2019 -3 meses antes del primer contagio- que había una amenaza de pandemia latente y el mundo no estaba preparado, vemos que hay algo difuso en el fondo de todo esto. Es claro que la maquinaria y la institucionalidad están dispuestas con lo necesario para vacunar a la gran mayoría de la población mundial, sea lo que sea que eso signifique o implique.
Por lo pronto seguimos a la expectativa de un devenir mundial aún incierto, oscuro, en donde el vínculo entre salud y economía se vuelve indisoluble. Y donde también el análisis del manejo político y metapolítico de las variables resulta necesario. Una mayor investigación y su subsiguiente seguidilla de conjeturas nos llevaría a ver, cada vez más, el juego oculto detrás de estas instancias de poder que han administrado le pandemia desde su origen, y que hoy no es más que el resultado negativo de una historia humana marcada por la inconciencia y el ansia del poder.
Fuentes:
Documental: “Coronavirus en pocas palabras” de Netflix.
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