Cuando Maurice Ravel escribió la penúltima obra de su vida, se encontraba gravemente enfermo, con afecciones de tipo motor que le impedían tocar el piano y dirigir. Lejos de sentirse creativamente limitado, fue en esta época en donde compuso una de sus obras más puras, íntimas y sencillas a la vez: el Concierto en Sol mayor para Piano y Orquesta. Para este entonces, ya Ravel había vivido gloriosos años de prestigio, a través de largas giras de conciertos, siendo invitado para dirigir su música con las mejores orquestas de Europa y Estados Unidos.
Entre abrumado y encantado por su éxito, escribió en ese entonces: “A cada instante me traían canastas de flores y de las más deliciosas frutas del mundo. Ensayos, equipos de periodistas que se sustituyen uno a otro cada hora, cartas, invitaciones a las que mi agente responde por mí, recepciones. Por la noche, descanso: salones de baile, teatros de negros, gigantescas salas de cine, etcétera. Apenas conozco Nueva York de día, enjaulado en taxis para acudir a citas de todo tipo. Incluso participé en una película, con un maquillaje de dos centímetros de espesor.”
Después de este periodo de esplendor visible, Ravel regresó a París con toda clase de artilugios comprados y 27.000 dólares, lo cual lo convertía en un hombre decididamente rico, sin necesidad de preocuparse más por tener que ganar dinero para vivir. Si bien, gran parte de su bien trabajado y ganado estatus se debió al desbordado éxito de Bolero, esta obra nunca pretendió, desde su misma concepción, alcanzar tan afamadas cumbres; era más bien un genial experimento para probar ciertas técnicas como innovaciones en el uso del color, alrededor de melodías folclóricas del tipo árabe-español.
“Es un experimento en una dirección muy especial y limitada y no debe suponerse que pretenda lograr nada diferente o nada más que lo que realmente logra. Antes del estreno, expresé una advertencia en el sentido de que lo que había escrito era una pieza que duraba diecisiete minutos y consistía totalmente en tejido orquestal sin música”.
Sería precisamente esto, parte de la conjunción de factores que le permitirían dedicar una parte de su vida a la intimidad de su creación o a un redescubrimiento de su esencia en intimidad. Los últimos años los pasó componiendo desde un compromiso propio, ligado también a diferentes proyectos y propuestas de ballet e incluso de ópera.
Durante años, mantuvo reserva pública frente a sus temas de salud, debido a que aún podía componer profusamente, viajar y dirigir. El declive de su salud se empezó a hacer más notorio cuando dejó de tocar las partes del piano en sus propios conciertos, debido a lo que probablemente era algún tipo de afectación neurológica en las funciones motrices. Sin embargo, aquello no impidió que de su alma destilara música esencial, pura y sencilla.
Fue precisamente esta falta de falsas pretensiones lo que hizo que el mencionado concierto lograra expresar el inocente aire juvenil, caracterizando una de sus obras más maduras. De especial interés, es el movimiento lento (Adagio Assai), una íntima meditación en donde el hermoso dúo entre el corno inglés y el piano que llega cerca del final, parece hacer sonar las luces más brillantes de sí mismo. Después de este concierto, solo pudo avanzar en dos proyectos más, pero la música ya no podía salir de su aparato físico, ya que la apraxia había alcanzado niveles considerables, comprometiendo severamente el habla y el movimiento.
No podía escribir, ni transmitir de modo alguno la música que producía internamente. Su intelecto, intacto, había quedado solo para él mismo. Contamos con el registro incomparable de arte sublime, o lo que él mismo llamó, citando a su querido Edgar A. Poe, “el punto medio entre la sensibilidad y la inteligencia”.
Como sugerencias para la escucha del Concierto en Sol mayor para Piano y Orquesta, M.83: II. Adagio Assai, tomo como referencia lo dicho por la extraordinaria musicoterapeuta Helen Bonny. Primero que todo, se deben lograr la relajación y la concentración para propiciar una experiencia significativa: buscar una posición cómoda, en donde el cuerpo pueda estar en balance.
Luego, realizar respiraciones profundas, hasta que el ritmo se estabilice naturalmente. Durante la escucha de música, mantener una actitud abierta, receptiva, dejando de lado todo análisis, raciocinio o juicio sobre la música o la experiencia misma. Si surgen imágenes, permitirse explorarlas, manteniendo la concentración. Si surgen emociones, darles expresión. Si hay sensaciones físicas, observarlas y fluir con su manifestación. En todo momento, resulta útil imaginar que la música es lo que se respira, para mantener una conexión constante con nuestra parte más sutil, y desde allí con lo que haya de llegar, ojalá, algo de la esencia misma de Ravel.
Referencias: Kramer, J. (1993). Invitación a la Música. Javier Vergara Editor, Bonny, H. (1979). Guided Imagery and Music: Mirror of Consciousness. Barcelona Publishers.