En un proceso que trasciende la evolución de lo biológico e integra ciencia con la espiritualidad. Teilhard de Chardin (1881-1955), paleontólogo, sacerdote y filósofo francés es el autor de “El fenómeno humano”, escrita al final de su vida. Una reflexión sobre la evolución del hombre como un proceso en la unificación del Ser con la conciencia planetaria. Su obra integra ciencia y espiritualidad. Propone que la humanidad está destinada a alcanzar un punto culminante en la «Noosfera», una esfera de conciencia colectiva que unifica al Ser con una dimensión superior. Para él, la evolución no solo es un mecanismo físico, sino un viaje espiritual donde lo divino se va manifestando progresivamente. Su visión conecta a la humanidad con el cosmos y destaca el papel de la conciencia en la transformación del mundo.
EL PASO TERRESTRE PLANETARIO. LA NOOSFERA
Observado en relación con el conjunto de todos los verticilos vivos, el phylum humano no es un phylum como los demás. Mas como la Ortogénesis especifica de los Primates (la que les empuja hacia una cerebralidad creciente) coincide con la Ortogénesis axial de la Materia organizada (la que empuja a todos los seres vivos a una consciencia más alta), el Hombre, aparecido en el corazón de los Primates, surge en la flecha de la Evolución zoológica. Se recordará que nuestras consideraciones sobre el estado del Mundo plioceno culminaban en esta comprobación.
¿Qué valor privilegiado va a conferir esta situación única al paso de la Reflexión?
Es fácil descubrirlo.
«El cambio de estado biológico conducente al despertar del Pensamiento no corresponde simplemente a un punto crítico traspasado por el individuo o incluso por la Especie. Más amplio que eso, afecta a la Vida misma en su totalidad orgánica y, por consiguiente, marca una transformación que afecta al estado del planeta entero.
Esta es la evidencia que, nacida de todas las demás evidencias que se han adicionada y entrelazado poco a poco, en el curso de nuestra encuesta, se impone irresistiblemente a nuestra lógica y a nuestros ojos.
No hablamos cesado de seguir, desde los flotantes contornos de la Tierra juvenil, los estadios sucesivos de un mismo gran negocio. Bajo las pulsaciones de la Geoquímica, de la Geotécnica, de la Geobiología, un solo y único proceso de fondo, siempre reconocible: aquel que, después de haberse materializado en las primeras células, se prolongaba en la edificación de los sistemas nerviosos. La Geogénesis -decíamos- emigrando hacia una Biogénesis, que no es finalmente otra cosa que una Psicogénesis.
Antes y durante la crisis de la Reflexión se descubre nada menos que el término siguiente de la serie. La Psicogénesis nos había conducido hasta el Hombre. Y ahora se borra, barrida, absorbida por una función más elevada en primer lugar, el alumbramiento, y más tarde, todos los desarrollos del Espíritu, la Noogénesis. El Mundo entero ha avanzado un paso en el momento en que, por vez primera en un ser vivo, el instinto se ha visto en el espejo de sí mismo.
Pon lo que se refiere a las elecciones y a las responsabilidades de nuestra acción, las consecuencias de este descubrimiento son enormes. Volveremos a ello más adelante. Para nuestra inteligencia de la Tierra son decisivas.
Los geólogos, desde hace mucho tiempo, están de acuerdo en admitir la disposición zonal de nuestro planeta. Ya hemos mencionado la Barisfera, metálica y central, rodeada por su Litosfera rocosa, envuelta ella misma por las capas fluidas de la Hidrosfera y de la Atmósfera. A estas cuatro superficies encajonadas, la Ciencia se ha habituado con razón, desde Suess, a añadirles la membrana viviente formada por el fieltro vegetal y animal del Globo: la Biosfera, tan a menudo nombrada en estas páginas; la Biosfera, envoltura tan claramente universal como las demás «esferas», e incluso mucho más claramente individualizada que ellas, dado que, en lugar de representar una agrupación más o menos laxa, forma una sola pieza, el tejido mismo, que, una vez desplegado y elevado, dibuja el Árbol de la Vida.
Por haber reconocido y aislado en la historia de la Evolución, la nueva era de una Noogénesis, henos aquí forzados correlativamente a distinguir, dentro del majestuoso ajuste de las hojas telúricas, un soporte adecuado a la operación: es decir, una membrana más. Alrededor de la chispa de las primeras conciencias reflexivas, los progresos de un círculo de fuego. El punto de ignición se ha ampliado. El fuego avanza paulatinamente. Finalmente, la incandescencia cubre el planeta entero. Una sola interpretación, un solo nombre, están a la altura de este gran fenómeno. Precisamente tan extensiva, pero todavía mucho más coherente, como veremos, que todas las capas precedentes, es verdaderamente una nueva capa, la «capa pensante», la cual, después de haber germinado al final del Terciario, se instala, desde entonces, por encima del mundo de las Plantas y de los Animales; fuera y par encima de la Biosfera, una Noosfera.
Aquí estalla la desproporción que falsea a toda la clasificación del mundo viviente (e indirectamente, a toda construcción del mundo físico), en el cual el Hombre no figura lógicamente más que como un género o una familia nueva. ¡Error de perspectiva que desfigura y descorona al Fenómeno universal! No es suficiente abrir en el cuadro de la Sistemática una sección suplementaria con el objeto de dar al Hombre su verdadero lugar ni tan sólo un orden, incluso ni una Rama de más… Por el hecho de la Hominización, y a despecho de las insignificancias del salto anatómico, empieza una Edad nueva. La Tierra cambia su piel. Mejor aún, encuentra su alma.
Como consecuencia, colocado dentro de las cosas en sus dimensiones verdaderas, el paso histórico de la Reflexión es mucho más importante que cualquier corte zoológico, aunque fuera el que marca el origen de los Tetrápodos o el de los mismos Metazoos. De entre los escalones sucesivos franqueados por la Evolución, el nacimiento del Pensamiento sigue de manera directa, y no es comparable, en orden de magnitud, más que a la condensación del quimismo terrestre o a la aparición misma de la Vida.
La paradoja humana se resuelve haciéndose precisamente desmesurada.
Esta perspectiva, a pesar del relieve y la armonía que concede a las cosas, nos desconcierta a primera vista por el hecho de contradecir la ilusión y las costumbres que nos inclinan a medir los acontecimientos por su cara material. Se nos presenta también desmesurada por el hecho de que, anegados nosotros mismos en lo humano, como un pez en el mar, nos es difícil emerger de él por medio del espíritu y apreciar su especificidad y su magnitud. Pero observemos un poco mejor a nuestro alrededor: este súbito diluvio de cerebralidad, esta invasión biológica de un tipo animal nuevo que elimina o esclaviza gradualmente a toda forma de vida que no sea la humana, esta marea irresistible de campos y de oficinas, este inmenso edificio creciente de materia y de ideas… Todos estos signos que estamos contemplando, durante tanto tiempo, sin intentar comprenderlo, ¿nonos gritan claramente que algo ha cambiado «planetariamente» sobre la Tierra?
En verdad que, para un geólogo imaginario que viniera mucho más tarde a inspeccionar nuestro globo fosilizado, la más sorprendente de las revoluciones experimentadas por la Tierra se colocan sin equivoco al comienzo de este período, que se ha llamado de manera tan justa el Psicozoico. Y al propio tiempo, para un marciano capaz de analizar tanto psíquica como físicamente las radiaciones siderales, la primera característica de nuestro planeta sería ciertamente la de aparecerle no ya azulado por sus mares, o verdeante por sus bosques, sino fosforescente de Pensamiento.
Aquello que pueda existir de más revelador para nuestra Ciencia moderna es el percibir que todo lo precioso, todo lo activo y todo lo progresivo contenido originalmente en el fragmento cósmico del que nació nuestro mundo, se halla actualmente concentrado en la «corona» de una Noosfera.
Y lo que aparece como supremamente instructivo (si es que sabemos ver) en esta Noosfera es el verificar de qué manera tan sensible, a fuerza de ser universal y largamente preparado, se ha producido el grandioso acontecimiento que presenta su nacimiento. El Hombre entró en el mundo sin ruido…
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