Por Mataji Shaktiananda
En días pasados se viralizó la noticia de la beatificación de Carlo Acutis, nacido en Londres (1991) y a quien a los 15 años se le diagnosticó una leucemia de tipo M3. Murió el 12 de octubre del 2006. A catorce años de su partida -en un santiamén- se ha concedido su elevación a beato.
Esto hay que analizarlo sin filtro, con la inmediatez, urgencia y crudeza que imponen los tiempos. Tiempos descarnados en los que el oportunismo mediático, el alcance de las redes y la incertidumbre existencial que impera, están siendo utilizados para incrementar la ignorancia, capitalizar la angustia y extender -muy convenientemente- la oferta espiritual ante la demanda.
Ciberapóstol nuestro que estás en los cielos
Convertidos hoy, en esclavos de las pantallas, dependientes en alarmante proporción de la cibernética, programados como máquinas mentales, coexistiendo a la par de programadores de tecnología fría, se ha dado el ambiente perfecto para generar un evento religioso de sospechoso matiz.
No existió prurito alguno para referir a Acutis con epítetos como el “Patrono de la Web”, “Influencer de Dios”, «Ciberapóstol de la Eucaristía”. Tampoco su postulador Nicola Gori, escritor de Mi autopista al Cielo y Carlo Acutis: un genio de la informática en el Cielo, ha escatimado en lenguaje ciber para su devoción. Revuelo producido como clave para una feligresía que quiere refrescar la difusa pantalla que la Iglesia sostiene con situaciones innombrables.
Cuando hay santos nuevos los viejos no hacen milagros
Para muestra, el primer milagro obrado en Brasil, consta en el registro de la Congregación para las Causas de los Santos y ha quedado como inexplicable. Aconteció el 12 de octubre de 2013, en Campo Grande, en la capilla de Nuestra Señora Aparecida, cuatro años después de la muerte de Acutis. Allí estaba Matheus, un niño de apenas tres años, quien padecía de malformación en el páncreas. Según, en la fila para la bendición de las reliquias de Carlo -ya itinerantes- preguntó a su abuelo qué debía pedir. “Dejar de vomitar”, le sugirió el abuelo.
Dicen -quienes acolitan el hecho- que los vómitos cesaron y más tarde, las pruebas médicas demostraron que estaba completamente curado. Entre las pintorescas versiones se habla de un rezo sobre una pijama (la bendita reliquia) y del gesto de besarla que realizara el niño, como los elementos de la consumación del milagro.
Incorruptibilidad siliconiada
El fenómeno quiso tomar más revuelo cuando se notificó la supuesta incorruptibilidad del cuerpo de Acutis. Esta exageración ocupó al Obispo Domenico Sorrentino de la Diócesis de Asís, lugar elegido tanto para el entierro, así como su beatificación, apurándose a declarar, (en resumen): “Al acto de la exhumación, ocurrida el 23 de enero de 2019, su cuerpo fue encontrado en el normal estado de transformación propio de la condición post mortem, tratado con técnicas de conservación y de integración para exponer, con dignidad, a la veneración de los fieles los cuerpos de los beatos y de los santos. La reconstrucción de la cara con una máscara de silicona fue particularmente exitosa”.
Así desmintió la difusión manipulada de una supuesta incorruptibilidad del cuerpo de Carlo. Igual todo quedó montando en capilla, con urna de cristal. En jeans, zapatos deportivos y campera. Así de causal ha quedado bajo transmisión en directa, vía streaming.
La realidad no virtual
A saber, desde hace una década, el descalabro en el porcentaje de católicos en Brasil trae de cabeza a la Iglesia. La torta religiosa se reduce y se agranda en aquel soberano país de más de 200 millones de habitantes. En su mayoría la población católica, por forzada herencia portuguesa, acecha en crecimiento la corriente evangélica, así como la práctica de religiones ancestrales afrobrasileñas como el candomblé y umbanda, así como no se puede obviar el espiritismo, de profundo arraigo popular, y el avance del ateísmo como tendencia en avance.
La beatificación de Carlo Acutis, es una de las más rápidas de la historia de la Iglesia católica. No pareciera más que una acción desesperada por la captación de una masa joven que ha entregado buena parte de su tiempo-espacio, a permanecer conectado a lo que su generación ha producido como mecanismo de vida e interacción. Quienes hayan trazado esta estrategia estudiaron muy bien la coyuntura actual y van acelerando su santidad a la misma velocidad que corre la web.
A esta estrategia, aparentemente, no se le ha escapado nada, simplemente el discernimiento y el desenmascaramiento que hoy en día se tiene, entre seres pensantes y conscientes, de que ya no es tan fácil tragarse más desenfado religioso que pretenda seducir a fieles temeroso e ignorantes de los manejos de quienes todavía hoy pretenden seguir convirtiendo la fe humana, esa bondad inherente al ser despierto, para mezquinos intereses de adoctrinamiento y sumisión.
De millennial tenemos un rosario
Nadie duda de la inocencia, el despertar religioso y la sincera devoción de un muchacho llamado a confiar en su fe y acercarla a quienes la buscaban, pero este evento ha sobrepasado todo imaginario posible.
Sus propias palabras impregnadas de dogma: “Ofrezco al Señor los sufrimientos que tendré que padecer por el Papa y por la Iglesia, para no tener que estar en el Purgatorio y poder ir directo al cielo”, fueron lapidarias en sus momentos finales.
El pronunciamiento del Papa Francisco quedó expuesto hace un par de años al declararlo venerable: “Un ejemplo para todos los jóvenes en su exhortación tras el sínodo dedicado a ellos, Christus vivit”.
Las olas comunicacionales se han desbordado a difundir que se trata “del primer beato ´millennial´, nativo digital, y ejemplo de que la tecnología puede ser muy positiva”. Sin más comentarios.