Luz Ángela Mastrodoménico | SKY Bogotá
Por alguna extraña razón, suelen llegar a mi mente recuerdos -aparentemente aleatorios-de la sala de cómputo del colegio en el cual crecí. Cuarto piso, mitad de pasillo. Cuarenta aparatos, ninguno mi amigo. Incómodos clics rellenando el silencio, la mente en la luna y el cuerpo en su puesto.
Y desde aquella silla de tapa negra, tan fría como la voz del profesor, me elevaba a través de la ventana, añorando un rayito de Sol. Y era aquel vidrio transparente, inmóvil como estaba, el puente que unía -o quizás que separaba- dos universos paralelos, que parecían no tener nada en común. A un lado, la clase de informática y mi estructura forcejeando entre diagramas de flujo –que de fluídos no tenían nada- y, al otro lado, el patio de juegos de la sección de preescolar del colegio. Niñas de 4 o 5 años tomando su recreo.
Y algunos años atrás había pasado yo también por ahí. De alguna manera, esa ventana separaba el presente del pasado. Así mismo, se abría una grieta entre el deber y el disfrute, entre la máquina y la pelota, entre lo estático y lo dinámico, entre la introversión y la interacción, entre el “adentro” y el “afuera”, estando afuera quien estaba adentro y estando adentro quien jugaba sin tiempo afuera.
¿Quién iba a pensar que, un tiempo después, con la vasta expansión del internet en el planeta, la máquina le ganaría a la pelota, convirtiendo aquella pantalla en la ventana para acceder al mundo entero? Y ahora, en plena pandemia, cuando las aulas de clases, vacías como están, se desplazan para existir en el no-lugar, aquella ventana se abre una vez más, separando lo que fuimos de lo que somos, y lo que somos de lo que seremos. Adiós a la sala de cómputo, adiós a los recreos.

¿Qué pasará entonces con las aulas? ¿Habrá instituciones que no volverán a hacer uso de espacios físicos para entregar sus enseñanzas, al darse cuenta que no requieren tal espacio y tales gastos? Así mismo, ¿habrá quienes no volverán a asistir a un espacio físico para recibir una enseñanza, al darse cuenta que pueden tomar sus clases desde casa?
Y son infinitas las perspectivas que se tienen de la educación en tiempos de pandemia. Sería útil señalar de las dos caras más evidentes de la moneda: quienes entregan las enseñanzas y quienes las reciben.
Por un lado, tenemos las instituciones educativas, que se han visto obligadas a reinventarse por completo, al enfrentarse a desafíos, tan humanos como tecnológicos: Docentes de edad avanzada, para quienes dar una clase a través de una plataforma digital pareciera ser una odisea sin precedente alguno. Universidades que han optado por reemplazar las calificaciones numéricas y reducir sus notas a un aprobado/reprobado para hacer más fácil la cosa. Colegios que piden a sus estudiantes portar el uniforme escolar en casa y/o prender la cámara al inicio de la sesión, para comprobar que la clase no se está tomando desde la cama.
Aumento en el número de becas para evitar la deserción escolar, a causa una crisis que pone a elegir entre comer o estudiar. Profesores de música desfazados existencialmente, al no poder percibir los tiempos exactos del estudiante que, desde el otro lado de la ventana, hace lo que puede con el internet que tiene. Ojos rojos y espaldas cansadas. Sensación de estar hablándole a la pantalla.
Y por el otro lado, los estudiantes. Al principio felices por no tener que madrugar. Y con el tiempo, aburridos, pues no tienen con quien socializar. Dudas que ya no se resuelven levantando la mano. Estudiantes de teatro actuándole al computador, ensayando obras que quizá no se presentarán. Hogares disfuncionales convirtiéndose en aulas disfuncionales.
Y podría fácilmente convertirse el aula en jaula, dejando en un limbo a quien se balancea entre dos escenarios que entran a co-existir. Ni completamente en clase, ni completamente en casa. Y, sin embargo, siendo este un juego de adaptación ante lo que no podemos cambiar y, al mismo tiempo, un juego de transform-acción evolutiva ante lo que sí, sería útil entender por qué estamos aquí, en ese universo que hoy se reduce a las paredes que definen nuestro hogar.
La tarea, entonces, no es la del colegio, pues tal como dice Shakti Ma, “estamos en el espacio-tiempo elegido”. ¿Elegido para qué? Para sanar, para trascender, para ir más allá de lo que nuestros ojos cansados pueden ver. Elegido para estudiar-nos.
Sonarán de nuevo las campanas que anunciarán que la clase de cómputo ha comenzado. Sonarán también aquellas que nos harán saber que el recreo ha llegado a su fin. Nos volveremos a ver y nos miraremos a los ojos, porque será lo único que podremos ver del otro. Y allá estaremos, en las aulas, desde nuestras jaulas. O quizás no. Todo depende de qué hacemos hoy.
La pandemia nos puso a todos en situaciones que nos permitieron trabajar en nuestro Ser Interno. Sea solos o acompañados. Fue una oportunidad para conocernos más, descubrirnos más profundamente, indagar más sobre nuestra sombra y encontrar nuestros propios recursos para seguir adelante. Gracias a las herramientas recibidas en la Escuela Valores Divinos, sentí mucha tranquilidad y fortaleza. Sentí la necesidad de diariamente realizar mi trabajo interno y de conexión con la Luz. Así mismo, me sentí muy acompañada con todas las propuestas que nos ofrecieron. Gracias inmensas por ello. Una ventaja de la virtualidad es la posibilidad de ver, sentir y compartir momentos con nuestros seres queridos y eso impide caer en estados de tristeza, soledad o depresión.
Como dice este artículo, a todos, en todas las diferentes instancias, nos toco reinventarnos.