El escritor estadounidense Greg Braden dice que además de compartir sus visiones de nuestro tiempo, “Isaías describió la ciencia de cómo elegir qué futuro experimentar. Las antiguas tradiciones nos recuerdan que hemos venido a este mundo por una razón que está por encima de cualquier otra. Estamos aquí para amar y hallar un amor aún mayor que trasciende cualquier otra forma de amor conocida por los ángeles celestiales”.
El misterio de la montaña
En los textos bíblicos modernos, las primeras visiones sobre el futuro son las descritas por el profeta Isaías en el Antiguo Testamento. En los manuscritos del mar Muerto, el buen estado del gran Rollo de Isaías nos permite ver la obra de Isaías como un patrón para comprender las profecías apocalípticas de otras tradiciones, así como vislumbrar nuestro futuro a través de los profetas bíblicos. Con ello, eliminamos la tediosa tarea de examinar a fondo cada uno de los cuatro libros mayores y los doce menores de las profecías bíblicas.
Este enfoque generalizado hace posible contemplar estas antiguas tradiciones desde un plano más elevado y buscar patrones de ideas, en lugar de enfocarse en los detalles de cada una de las visiones y en compararlas entre ellas. Cuando hacemos esto, aparece una posibilidad interesante y quizás inesperada. En los capítulos anteriores insinuamos que en las profecías de Isaías había un patrón de una época de destrucción, de cambios catastróficos y una casi incomprensible pérdida humana, seguida de un tiempo de paz y sanación. Los elementos de tal predicción están claramente presentes.
Una parte específica de sus profecías, denominada el Apocalipsis de Isaías, revela todavía con mayor amplitud la naturaleza dual de las visiones del profeta. Describe un tiempo en su futuro en que «la Tierra está contaminada debido a sus habitantes, pues han quebrantado las leyes, violado el derecho, roto la antigua alianza… Por eso, los que moran sobre ella se consumen y pocos sobreviven» (Is., 24,5-6). Isaías sigue describiendo un violento movimiento de la Tierra, así como una conducta inusual de la Luna y el Sol: «Los cimientos de la Tierra temblarán. La Tierra será quebrantada del todo, enteramente desmenuzada, la Tierra será conmovida… La Luna se ruborizará y el Sol se avergonzará …» (ib., v 23).
Tras los momentos más oscuros de su visión sobre el futuro de la Tierra, el Apocalipsis de Isaías hace un inesperado e interesante giro. Isaías, de pronto, sin apenas dar indicios del cambio que se va a producir, empieza a describir un tiempo muy diferente en su visión del futuro, una época de felicidad, de paz, de vida. En la siguiente parte de su revelación, todavía considerada de naturaleza apocalíptica por los eruditos, describe un tiempo en que es creada una «nueva tierra» y un «nuevo cielo». Durante este tiempo, «de las cosas pasadas ya no se hará más memoria, ni recuerdo alguna sino que habrá alegría y regocijo eterno… Nunca jamás se oirán voces de llanto ni de lamentos» (ib., 65,17-19). Y esta secuencia de acontecimientos nos hace creer que acontecimientos felices seguirán a los trágicos, que uno ha de preceder al otra en el orden sugerido por el texto.
¿Por qué las profecías de Edgar Cayce, de Nostradamus, de los ancianos amerindios y otras parecen tan contradictorias a veces, ofreciéndonos un mensaje con una mezcla de esperanza y posibilidad junto con aterradoras visiones de muerte, desintegración y destrucción catastrófica para el mismo período de tiempo? ¿Cabe la posibilidad de que estas antiguas visiones sobre nuestro futuro ofrezcan una alternativa que confiera tanto poder y sea tan extraordinaria que ni siquiera los profetas pudieran darse cuenta de las implicaciones de sus propias visiones? Esta es precisamente la impresión que nos transmite la profecía de Daniel en uno de los últimos capítulos del Antiguo Testamento.
Tras habérsele ofrecido una rara visión de un futuro lejano, parece como si Daniel no comprendiera plenamente lo que le habían mostrado`. Sin un marco de referencia para las cosas que él había presenciado en su futuro, ¿cómo podía entenderlo? Cuando ya estaba llegando al final de su excursión por el tiempo, el guía que le ha conducido por el futuro sencillamente le sugiere: «Pero tú anda hasta el final. Reposarás, y al final de los días te levantarás para gozar de tu herencia» (Dn 12,13).’ Cuando Isaías compartía sus visiones, ¿estaba prediciendo acontecimientos reales que iban a ocurrir con toda seguridad, o más bien describía revelaciones de una posibilidad cuántica con un significado tan inesperado que ha sido un misterio hasta el siglo XX?
Cuando contemplamos la descripción de Isaías de la vasta cantidad de diferentes futuros para el mismo momento en el tiempo con los ojos de nuestra nueva física, nos damos cuenta de que existe una sorprendente correlación con las descripciones modernas de los resultados cuánticos. En tales discusiones, los futuros visionados por Isaías se convierten en ondas de posibilidades en lugar de resultados fácticos. Además, la ciencia cuántica permite que las personas que estamos viviendo actualmente cambiemos los resultados catastróficos del futuro. La clave es comprender cuándo y cómo se presentan las oportunidades para el cambio. El ejemplo del capítulo 1 de la oración masiva por la paz en la víspera de una campaña militar aérea contra Iraq supone un maravilloso ejemplo de lo que son tales opciones.
Para algunos observadores, la orden de iniciar el ataque, seguida al cabo de unos minutos por la contraorden de abortar la misión, tenía poco sentido, pero desde la perspectiva del fino velo entre las posibilidades cuánticas, los acontecimientos de ese día eran perfectamente coherentes. Esa tarde miles de personas, en al menos 35 países de los seis continentes, habían acordado unirse en una vigilia masiva por la Paz que hizo eco en todo el mundo. Coordinada a través de Internet y de la World Wide Web,’ la oración fue seguida por familias, organizaciones y comunidades como una voz de paz que trascendió las fronteras políticas de los Gobiernos y de las naciones. La vigilia no fue una protesta en contra del bombardeo a Iraq o de alguna política, gobierno o situación de alguna parte del mundo. Fue una llamada de miles de corazones y mentes a respetar lo sagrado de la vida, que se convirtió en una opción única y unificas da para hacer eco de un sencillo mensaje: paz en todos los mundos y naciones para toda vida.
En cuestión de horas, el curso de los acontecimientos en Ira había cambiado. Ese día, ante los ojos del mundo, fuimos testigos del poder de la conciencia humana mientras esta reorganizaba las piezas de los eventos que ya se habían puesto en movimiento. En lugar de súplicas dispersas de personas que pedían la intervención divina en una situación que parecía inevitable, la opción sincronizada de muchas personas, coordinada a través del milagro de Internet, se coló entre los velos de las posibilidades cuánticas para producir un fruto que afirmara la vida mediante la paz. En nuestra calidad de ser únicos como naciones, familias e individuos, el viernes 13 de noviembre de 1998 compartimos una experiencia común.
Oculto en los recónditos parajes de nuestra memoria colectiva, como si fuera un secreto de familia, considerado tabú durante tanto tiempo que los detalles se hubieran perdida; nuestra oración por la paz abrió la puerta a inmensas oportunidades de sanación y de cooperación internacional, y a mayores expresiones de amor para nuestros seres queridos. Esa tarde de noviembre dimos un suspiro colectivo de alivio, a la vez que rescribíamos una consecuencia que parecía inevitable. Con ello, presenciamos nuestro poder para terminar con el sufrimiento en el mundo. ¿Cómo podemos probar científicamente que durante la oración de miles de personas, una nueva posibilidad substituyó a la guerra que ya estaba en curso? Al mismo tiempo, ¿qué otro poder que no sea la paz podría haber actuado ante semejante oración?
Fuentes:
https://www.academia.edu/42771751/LA_CURACION_ESPONTANEA_DE_LAS_CREENCIAS_Gregg_Braden