Hay preguntas que son y seguirán siendo una constante en nuestra vida: ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? La Matriz Divina, de Gregg Braden (Missouri, EEUU, 1954) entre otros temas de física cuántica es una propuesta para reconsiderar lo que realmente el tiempo significa para el ser humano. Cómo cruzar las barreras del tiempo, el capítulo cinco, aborda el espacio, los milagros y las creencias “cuando el aquí es allá y el entonces es ahora” en el punto de la matriz, un campo de energía que nos contiene y a la vez contenemos.
«El tiempo es lo que evita que todo ocurra a la vez.» John Wheeler (1911-2008), físico.
«El tiempo es demasiado lento para aquellos que esperan, demasiado veloz para aquellos que temen, demasiado largo para aquellos que sufren, demasiado corto para aquellos que gozan, pero para aquellos que aman, el tiempo no existe.» Con estas palabras, el poeta Henry Van Dyke nos recuerda lo irónica que es nuestra relación con el tiempo.
El tiempo es quizá la más elusiva de todas las experiencias humanas. No podemos capturarlo ni fotografiarlo. Al contrario de lo que podría significar adelantar los relojes en el horario de verano, es imposible guardar un poco de tiempo en un lugar para usarlo más tarde en otro. Cuando intentamos describir el significado del tiempo en nuestras vidas, nos quedamos con palabras que apenas lo calibran de forma relativa. Decimos que algo ocurrió entonces en el pasado, está ocurriendo ahora en el presente u ocurrirá en algún punto en el futuro. La única forma de describir el tiempo es a través de las cosas que ocurren dentro del mismo.
Por muy misterioso que sea el tiempo, ha sido el enfoque de la atención humana por miles de años. Por siglos y siglos hemos trabajado para diseñar y perfeccionar sistemas para contabilizar el tiempo como ciclos, y como ciclos dentro de otros ciclos, por una muy buena razón. Por ejemplo, para saber cuándo plantar las cosechas que alimentan toda una civilización, es importante conocer cuantos días, ciclos lunares y eclipses han ocurrido desde la última siembra. Los sistemas antiguos de cronometrar el tiempo mantienen un registro muy preciso de esto. Por ejemplo, el calendario maya calcula los ciclos del tiempo desde el año 3113 A.C. (hace más de 5,000 años), mientras que el sistema hindú de yugas cronometra el progreso de los ciclos de creación que comenzaron ¡hace más de 4 millones de años!
Hasta el siglo XX en el mundo occidental se tenía típicamente un concepto poético del tiempo, como un artefacto de la experiencia humana. El filósofo Jean-Paul Sartre describió nuestra relación con el tiempo como «una clase especial de separación: una división que reúne.» Pero esa visión poética cambió en 1905 cuando Einstein postuló su teoría de la relatividad. Antes de la relatividad, se creía que el tiempo era de su propia experiencia, distinto de las tres dimensiones de altura, longitud y ancho que define el espacio. Sin embargo, en su teoría, propuso que el espacio y el tiempo están íntimamente entretejidos y no pueden ser separados. Es esta unión del tiempo y el espacio, dice él, la que forma un dominio más allá de nuestra familiar experiencia tridimensional: la cuarta dimensión. De repente, el tiempo se convirtió en algo más que en un concepto filosófico casual…, era una fuerza de importancia considerable.
En palabras que brindaron un nuevo significado a nuestra percepción del tiempo, Einstein describió su misteriosa naturaleza, diciendo simplemente lo obvio: «La distinción entre el pasado, el presente y el futuro es solamente una ilusión obstinadamente persistente.» Con esta poderosa afirmación, Einstein cambió para siempre el concepto que teníamos de nuestra relación con el tiempo. Considere las implicaciones…: si el pasado y el futuro están presentes en este momento, ¿podemos comunicarnos con ellos? ¿Podemos viajar en el tiempo? Incluso antes de esta osada afirmación de Einstein, las posibilidades que estas preguntas originaban intrigaron a científicos, místicos y escritores. Desde los templos escondidos en Egipto dedicados a la experiencia del tiempo, hasta el estremecimiento causado por la novela clásica escrita en 1895 por H. G. Wells, La máquina del tiempo, ha sido parte de nuestros sueños el prospecto de tener la habilidad de asegurarnos un viaje en el flujo del tiempo y ha capturado nuestra imaginación.
Nuestra fascinación con el tiempo es tan antigua como nuestra existencia, y nuestras preguntas al respecto, parecen infinitas. ¿Es el tiempo real? ¿Existe sin nosotros? ¿Hay algo en nuestra conciencia que hace que el tiempo tenga significado? Si así es, ¿tenemos el poder o el derecho de interrumpir su avance lo suficiente como para atisbar el futuro… o quizá visitar o comunicarnos con las personas del pasado? ¿Podemos contactar otros reinos e incluso otros mundos con quienes compartimos el presente? A la luz de relatos tales como el que veremos en la siguiente sección, la frontera entre «aquí» y «allá» se vuelve menos clara, invitándonos a reconsiderar lo que realmente el tiempo significa en nuestras vidas.
Un viaje desde más allá del tiempo
En el poderoso libro de Yitta Halberstam y Judith Leventhal titulado Small Miracles: Extraordinary Coincidences from Everyday Life, encontramos una fascinante historia sobre el poder del perdón. Aunque he hecho lo posible por capturar la esencia de este inspirador relato, lo animo a que lo experimente en su totalidad en el texto original. Lo que hace tan interesante esta historia, y la razón por la cual la transcribo aquí, es que este caso de perdón es tan poderoso que transciende el tiempo.
La noticia de la muerte de su padre conmocionó a Joey. No se hablaban desde que éste había cumplido los 19 años, cuando se había cuestionado las creencias judías tradicionales de su familia. Para el padre de Joey, no podía haber mayor deshonra que sentir dudas de una filosofía honrada por tanto tiempo. Había amenazado a su hijo con terminar la relación entre ellos a menos que él aceptara sus raíces y dejara de cuestionarse. Joey había sentido que no podía aceptar las exigencias de su padre, y abandonó el hogar para explorar el mundo. Él y su padre jamás habían vuelto a hablarse desde entonces. Fue en un pequeño café en la India en donde un amigo encontró a Joey y le transmitió las noticias sobre la muerte de su padre. Regresó de inmediato a su hogar y comenzó a explorar su legado judío. Profundamente emocionado por las nuevas revelaciones respecto a su procedencia y a la de su padre, Joey se encontró haciendo planes para realizar una peregrinación personal a la tierra en donde comenzaron las tradiciones de su familia, entonces, inició su camino hacia Israel.
En este momento la historia da un giro profundo y místico que nos ofrece revelaciones sobre el poder de la Matriz Divina. Joey se encontraba en el Muro de los Lamentos en Jerusalén, parte de una antigua muralla que permaneció en pie después de la destrucción del templo hace casi 2,000 años. Ahí es donde los judíos ortodoxos acuden todos los días a venerar a Dios, repitiendo las palabras de las mismas oraciones que han sido declamadas por siglos. Joey le había escrito a su padre una nota, declarándole su amor y pidiéndole perdón por el dolor que le había causado a su familia.
Siguiendo la costumbre, había planificado dejar una su nota en una de las muchas hendiduras y grietas que se han ido formando con la caída del cemento entre las piedras. Fue entonces cuando Joey encontró el lugar justo para dejar su nota que algo increíble ocurrió, algo que no tiene explicación racional ante los ojos de la ciencia occidental tradicional. Tan pronto Joey colocó su nota en el muro, otro papel cayó de repente de entre las piedras aterrizando justo a sus pies. Era una oración que otra persona había escrito y colocado en el muro, semanas o quizás meses antes. Cuando Joey se agachó a recoger el papel enrollado, lo embargó una extraña sensación.
Cuando abrió la nota y comenzó a leer su contenido, reconoció la escritura, ¡era la de su padre! La nota que Joey sostenía en sus manos había sido escrita por su padre y había sido depositada en el muro antes de su muerte. En ella, él declaraba clamor por su hijo y le pedía perdón a Dios. En algún momento de un pasado no muy lejano, el padre de Joey había viajado exactamente al mismo lugar en donde su hijo se encontraba en ese preciso momento. En un giro irónico de sincronismo, su padre había colocado su oración exactamente en el mismo lugar del muro, en donde había permanecido hasta el momento en que Joey llegó ahí.
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