Por Ramón Navarro | Sky Venezuela
Bajo la complaciente mirada del Ganges, de su incansable vitalidad, y su milenaria sacralidad, sobre esa alfombra de luz, que es sabiduría eterna, y memoria de la creación, perfecto grano de arena que asiste a los fieles, entre refugios y diligentes observancias, en esa paciente y silenciosa armonía, resplandece el divino rostro del hombre que relata con su cuerpo la imaginación, el ademán celestial. El gesto enfático. Habría dicho Rubén Darío, con su resonante verbo: “¿Qué signo haces, oh Cisne, con tu encorvado cuello al paso de los tristes y errantes soñadores? La premisa es situarse en el espacio, tu espacio. El vacío que testimonia esa lucidez corporal.
El swami Sivananda examina, desde su ashram, en Rishikesh, a la periferia del bienaventurado río, el compendio de aquel cuerpo -swami Vishnudevananda, el primer profesor de hatha yoga en la Sivananda Yoga Vedanta Forest Academy. – que ha examinado, con dedicada entrega, el despliegue de la forma de un depurado escorpión, en absoluta correspondencia con una respiración consciente, escrupulosa y orientadora. Un equilibrio impecable. Deseable. El ser construyendo ambiente espiritual. Nada ha quedado fuera de lugar, porque un cuerpo colonizado por el yoga, liberado de los deseos, poniendo orden en el sistema y desposeído de su propia subjetividad, exalta la mirada de su gurú. La convierte en una metáfora de la memoria que se hace libre, toda vez que logra contacto con esa divina intimidad. Porque, no hay cuerpo sin lenguaje.
