En un mundo donde damos todo por sentado, sin indagar por el origen de las cosas, de nuestra esencia y trascendencia, habitamos vidas absortas en estados de cómoda obviedad sobre todo lo que somos y nos circunda.
Aunque todo está dicho hace milenios a través de diversas tradiciones espirituales, así como desde movimientos científicos y filosóficos hace siglos, poco conocemos y entendemos sobre la configuración de nuestra estructura física y energética a través de la cual experimentamos los diferentes planos posibles dado nuestro diseño evolutivo.
Ni siquiera el conocimiento desde las ciencias exactas ha brindado suficiente explicación sobre la creación que somos y su funcionamiento, quedando sujetos a lo que pobremente nos describe, permaneciendo sumidos en una ignorancia lamentable.
En el universo creado se despliegan diversos planos de experimentación donde se manifiesta la energía creadora con especificas cualidades en las frecuencias que tienen las cosas, los pensamientos y las acciones. Y nuestro medio de contacto con esa realidad creada es a través de uno de los órganos de los sentidos que determina aspectos fundamentales de nuestra comunicación, expresión del lenguaje y procesos de aprendizaje: El oído.
Éste órgano es una estructura sofisticada asociado a la percepción de los sonidos que se originan en la vibración que producen las ondas y el respectivo medio por donde se desplazan (aire, agua o materia sólida) dando lugar a una diversidad inabarcable, pero si seleccionable de lo que queremos escuchar.
En este plano la audición se experimenta, así como los demás sentidos, a través de órganos con específicas características en su diseño y funcionamiento para permitirnos ese intercambio con la llamada realidad del mundo creado, pero también con el mundo interior no visible, que es al tiempo activo y dinámico.
La verdad de lo que somos está en nuestra memoria auditiva, visual, sensorial. La contenemos, pero no la recordamos y es justamente aquí donde cobre valor y fuerza ese ímpetu que nos arropa cuando nos reconectamos con ese sonido primordial de la creación, el OM que reencontramos y solo atendemos cuando nuestra alma valora o necesita una respuesta mayor.
En él estamos contenidos y su pronunciamiento nos conecta con la fuente creadora siendo la experiencia meditativa y contemplativa una acción consciente de conexión que se concreta llevando hacia adentro o el interno la atención para desde allí experimentar nuestra esencia, lo cual requiere sentir de una manera diferente la realidad más sutil que somos.
Sabiendo que la creación humana y su ingenio nos ofrendan maravillosas composiciones que más allá de apreciar – lo cual estaría bien – están para disfrutar en sincronía por encontrarnos regalos así tan exactos que parecen hechos a la medida de nuestro momento, tendremos siempre abierta una constante de conexión donde lo interno y externo en nosotros se nutre de ese intercambio luminoso por demás, donde se alcanza el balance para el cual nuestro oído también será conducto para sentir la belleza de otra manera.
Grande es la tarea de avocarnos a una acertada selección de lo que apreciamos a través del oído porque implica establecer con claridad de propósito lo que nos interesa escuchar y dejar que el resto del ruido se disuelva en su trayectoria sin que alcance el tan preciado estado donde el único sonido que importa es el del silencio, ese que es inagotable y renovador.
Fuentes consultadas:
Exelente reflexión
Los sonidos del silencio son como la intuición un susurro de lo divino, es Dios haciendo ruido, es una percepción muy sutil, creo todos podrían escuchar ese susurro tan peculiar dónde un silencio se logra apreciar, no se puede describir ya que son frecuencias que a simple voluntad el cuerpo no lo activa, el percibirse está guardado en cada quien, activarlo es solo desde el ser posible hacerlo.
Interesante estos hilos dirigido a nuestro sistema sensorial. Que siento va evolucionando en la medida que incorporamos la dimensión espiritual, siendo, está, la llamada a generar las transformaciones de las miradas que como observador que somos, nos comenzamos a dar cuenta de otras interpretaciones y aprecio, también como comienza, por ejemplo en mi, a tener mayor predisposición en un sentido que en un momento no la tenía. El éxtasis al oír lo que me agrada, es más sublime.