Diversas han sido las interpretaciones de la pieza del pintor romántico alemán Caspar David Friedrich (1777-1840), producida entre 1817-1818 y titulada “El vagabundo sobre el mar de la niebla”. Se trata de un viajero, un vagabundo ambulante o caminante. Es considerada una obra maestra de la época del romanticismo. Descrita como la representación de un viajero es un auto-retrato del propio Friedrich. Personificado en la figura central, se encuentra de pie en lo alto de una montaña elevada, mirando un mar de nubes que queda debajo.
El viajero se encuentra de espaldas. Viste de negro. Adelanta una pierna y se apoya en un bastón. Se pueden ver los picos de otras montañas saliendo entre la niebla, mientras que una cadena de enormes montañas, ocupa el fondo. La gran extensión del cielo por encima de las alturas de los montes del fondo cubre gran parte del cuadro.
El viajero o vagabundo errante, representado, en alto contraste, con el fondo claro, según el historiador del arte, el colombiano, Carlos Idrobo, representa un personaje que pudiera ser propio de su época, en la que el montañismo, la idea de un regreso a la naturaleza, la experiencia de la cumbre, la vista desde una posición elevada, la experiencia de una situación límite, los problemas de des-pertenencia y de alcanzar una meta o estar siempre en tránsito, eran parte del momento.
La contemplación de una vida interior, la relación entre pasado y futuro, mortalidad y eternidad, soledad, quietud, ausencia, llegar a otro tipo de humanidad ¿superior? sino a un nuevo tipo de ciudadanía. Como señaló Idrobo, un verdadero romántico sería el que quiere experimentar la vida en todas sus posibilidades, aunque sean irracionales, inconstantes y en continuo cambio.
La reflexión en torno al viaje, encarnar al caminante, es un impulso que desde siempre ha movido al hombre a no conformarse con lo que ve, que necesita arriesgarse y llegar hasta lugares que lo acerquen más a lo que cada uno puede llamar divinidad, a ese lugar apartado, a sí mismo.
También, el motivo del viajero en esta pintura de Fiedrich, implica el lado contemplativo (versiones bucólicas e idílicas de la Antigüedad), el devocional (múltiples motivos cristianos y religiosos del vagabundo), el arriesgarse (representación de aventuras en mundos desconocidos) y el realista (desarrollo de las muchas capas de la realidad).
Idrobo, también acota en la idea del viajero detenido, la auto puesta en escena y nosotros como espectadores, también somos abordados como vagabundos que se detienen a contemplar las pausas ajenas a lo largo de un viaje.
En este auto-retrato, el vagabundo se retira de la escena creando una instancia de abandono. Por otra parte, el personaje sigue las indicaciones de la naturaleza, lo cual es parte de una confrontación hermenéutica con ella. Cualquiera que haya experimentado escalar montañas conoce los peligros de estar allí arriba, frente a fuertes vientos. A pesar de esto hay la sensación de extrema seguridad en un lugar tan inhóspito.
La experiencia de la cumbre fue de hecho una manera de acercar la vida y la muerte, y dentro de la concepción cristiana, acercar a la humanidad a Dios, para experimentar su cercanía, desde que se produjo la transfiguración de Cristo sobre una montaña. Queda aquí el motivo de la montaña como símbolo de Dios.
Friedrich, mostró la difícil y peligrosa tarea de encontrar a Cristo, incluso la idea de encontrar la divinidad sin siquiera mostrarla, lo divino está en todas partes, como la comprensión de este mensaje después de un largo viaje hasta la cima de la montaña, pero es una percepción al experimentar una situación límite, de autodesaparición.
Fuentes consultadas: es.wikipedia.org, academia.edu, web.archive.org, aliscot.com
FOTO: Arte Selecto
