En momentos en los que el telescopio Webb nos regala asombrosas visiones, entre moléculas orgánicas de remotos núcleos galácticos, hasta columnas de vapor de agua en los océanos subterráneos de Europa (esa luna de Júpiter), pareciera renacer cierto sentimiento de descubrimiento, algo como lo que en su momento pudo haber arropado a personajes tan diversos como Marco Polo al recorrer Siria, o a Gustav Holst al componer su Suite “Los Planetas”. En esa intención por ir más allá, por expandir los límites ordinarios de la conciencia, la música ha tenido un lugar relevante y privilegiado.
Como compositor, Holst conserva un lugar memorable en la historia de la música del siglo XX gracias a su obra maestra: suerte de lanzadera espacial, capaz de revertir la gravedad para alcanzar esos espacios que se encuentran más allá de la atmósfera terrestre.
«Por regla general, sólo estudio las cosas que me sugieren música. Por eso me interesa el sánscrito«, dijo Holst en una ocasión, refiriéndose al origen de sus obras. Al encontrar que las traducciones al inglés que descubrió le resultaban inadecuadas, decidió aprender sánscrito para poder traducir los textos sagrados con un criterio más propio. Su primer impulso fue el de poner música a ciertos himnos del Rig Veda, una de las más importantes fuentes de sabiduría Védica.
Al hacerlo, debió abrirse ante él a un mundo completamente nuevo. Comenzó a interesarse por la astrología y la relación de los planetas con los procesos internos, siendo influenciado también en esta materia por los escritos de Robert Cross Smith, más conocido bajo el pseudónimo de Raphael, un famoso astrólogo inglés de inicios del siglo XIX.
Júpiter es denominado “el portador de la alegría” en la obra de Holst. Es un movimiento majestuoso, expansivo y celebratorio, que expresa la alegría bulliciosa y festiva característica del gran planeta. Como apunte, en los recientes funerales de la reina Isabel, esta pieza fue ejecutada bajo la forma de himno con un texto extraído de la poesía de Cecil Spring-Rice, y adaptado a la solemne parte del trío del movimiento. Aunque el himno fue utilizado también en las ceremonias del armisticio de la I Guerra Mundial, es posible que al propio Holst no le agradara demasiado el resultado.
Su acercamiento a los planetas, y en este caso a Júpiter, estuvo ligado a las ciencias de la astrología védica, en estrecha relación con el Maestro espiritual y el estado de gracia (Ananda). Holst se nutrió también de las representaciones greco-romanas de Júpiter como Zeus o Jove: fuente de alegría y felicidad para los hombres. Etimológicamente, el adjetivo latino jovialis se define como ‘relativo a Júpiter’. La palabra permaneció en la lengua italiana como gioviale, para denotar ‘jovial, alegre, bienhumorado‘.
Otro ejemplo de la fuerte atracción de grandes compositores hacia Júpiter, lo encontramos con Mozart, el joven eterno. Su Sinfonía n.° 41 en do mayor, llamada “Júpiter” constituye la grandiosa conclusión a las 41 sinfonías que dio a luz. Esta majestuosa obra hace honor a la cumbre de la música de este gran genio, desde un impresionante y colorido despliegue melódico, junto con la ligereza lúdica y el humor revitalizante, característicos del joven Wolfgang.
Despeguemos pues hacia las bondades de Júpiter, el Maestro espiritual, el portador del júbilo, con el impulso de los sonidos de estas dos grandes obras. Como complemento, resulta inusitadamente fuerte y vivaz la versión metal de Joe Parrish, un virtuoso de la guitarra que logra una exquisita adaptación de la obra de Holst a un bien ensamblado formato eléctrico y electrizante.
Fuentes consultadas:
Kramer, J. (1993). Invitación a la Música. Javier Vergara Editor.
https://rpp.pe/ciencia/espacio/james-webb-observa-moleculas-organicas-en-nucleos-galacticos-noticia-1438617
https://www.elcastellano.org/palabra/jovial