Baruch Spinoza, filósofo neerlandés, nació el 24 de noviembre de 1632 en el seno de una familia judía sefardí de la península ibérica que huyó de la Inquisición portuguesa. Criado bajo el judaísmo ortodoxo, Baruch fue muy crítico con las tres principales religiones, pero simpatizaba con los cristianos liberales protestantes. Estudió matemáticas y filosofía cartesiana al lado de Van den Enden, así como las obras de la nueva ciencia: Copérnico, Galileo, Kepler y Huygens entre otros. Por todo ello, a los 23 años recibió un cherem (excomunión) y fue expulsado de su comunidad.
Mudado a Rijnsburg y viviendo del pulido de lentes, comienza a escribir sus ideas y pensamientos. Publica “Principios de filosofía de Descartes” con el apéndice “Pensamientos metafísicos” (1663), los únicos que salen en vida y con su autoría. Estos alcanzan un importante impacto, a partir del cual establece correspondencia con intelectuales europeos y amistad con el Siglo de Oro neerlandés, Huygens y De Witt. De su obra posterior destacan el “Tratado teológico-político” (1670), “De la reforma del entendimiento” (1677) y la de mayor importancia, “Ética demostrada según el orden geométrico” (1677). Estas y el resto de sus escritos fueron publicados póstumamente por sus amigos.
Si bien fue repudiado en su tiempo y sus libros prohibidos por la iglesia católica, particular interés suscitó su filosofía posteriormente, aceptada como alternativa al materialismo, al ateísmo y al teísmo. Entre sus planteamientos más atractivos están: 1) la unidad de todo lo existente, 2) el orden y la conexión de todo lo que sucede y 3) la identidad entre el alma y Dios.
Asimismo rechazó el concepto de moral y consideró la democracia como el mejor sistema político, convencido de que desde el punto de vista humano, la libertad es una ilusión.
Acabado por la tuberculosis, murió en La Haya el 21 de febrero de 1677.