Sin entrar a debatir sinsabores ontológicos, y las no prácticas de cosas que terminan siendo objeto de análisis de expertos sin que estos hayan vivido algo de lo que interpretan, nada puede cubrir una expectativa como experimentarla. Aunque parte de la cojera filosófica de cualquier periodo, es la tormenta de conceptos, o como decía Cioran, “los grandes sistemas no son en el fondo más que brillantes tautologías”, porque, si algo, y hay muchos algos, que expresa la vida es el vilipendiado rito de energía, frecuencia y vibración que todo corredor de maratón experimenta cuando decide examinarse en un 42K.
Así como hay que prepararse para atacar lo más alto de la cumbre, en todos los estadios de la vida cotidiana, vivimos ese exigente rapto en el presente, que, además, es el único espacio que nos permite expresarnos. No otro. El ensayo de cubrir un determinado segmento, siguiendo una línea de voluntad que ha sido previamente teorizada, y que la propia entrega deberá enseñarte como penetrar en ese laberinto de la vida, y hacer que prevalezca tus acciones conscientes para concretar el propósito.
El domingo 06 de noviembre se celebrará la edición número 51 de la Maratón de Nueva York, y el contexto que envuelve el llamado siempre ha sido significativo por tratarse de una forma de asumir y asumirse –la vida en un tránsito heraclitiano– cuyo recorrido sobre el asfalto, va modulando los sentimientos más comunes del ser humano. Capitalizas esa respuesta en cada kilómetro, o en cada periodo que has decido morir para tener vida. La maratón es una fábrica de esperanzas e incertidumbres sí solo sí, no te has disciplinado para la aventura del alma.
¿Representan esos 42 km una tentativa para examinarnos espiritualmente? La agonística deportiva es competencia, disputa, desafío, enfrentamiento, y gozo. La aspiración máxima en ese examen. El mundo es un fuego que siempre quema, decía Buda. No lo es menos la sensación que arropa a los participantes de la cita pedestre. ¿Podemos imaginarnos a Shiva cubriendo la distancia olímpica, y danzando sobre el ego, sometiéndolo? Una energía que está allí, porque nos moverá el amor o el temor de acuerdo con la estrategia que hayamos acordado.
Cuando nos medimos, estamos sobre el reinado de los deseos. Cubrir cada km con el rigor que indagamos en los entrenamientos, no caer en la tentación de las otras formas de dominación colectiva, no alterar el ritmo, guardar mesura. Tener todo cuanto se necesita para vivir es concientizar el ritmo de carrera. En plena marcha, la sociedad portátil te pondrá a prueba dentro de la prueba.
Surgen entonces dos tipos de fondistas: el que libra una batalla externa, hace pública su rayuela, muere por el crono, el tiempo lo santifica; el otro, su épica es un asunto interno, de valores consagrados al crecimiento, hace pedagogía de su excepcional viaje. Aunque ambos, en algún momento, sienten la presencia de la divinidad, que está allende del objetivo. Es el momento del descanso. Sí, el movimiento es tiempo, pero la quietud es eternidad, apuntaba Joseph Campbell.
Y esa eternidad, que ya la traías a cuestas mientras pugnaba con tu sufrimiento, y lo asimilabas, y tratabas de controlarlo, nos sugiere que no nos hemos detenido cuando nos detenemos. Solo el final no es problemático. El peregrinaje ha cesado en una forma, y se incuba en otra. Cuando das la última zancada, cuando ya estás dispuestos a reconocer que ya cruzaste el umbral, insistimos, se impone otro. Todo repercute. Surge la introspección. Un nuevo recorrido.
Otras fuerzas te toman de la mano, y comienzas a mirar hacia atrás. ¿Me irá bien, me irá mal? La disciplina es el único aliado posible. Si antes del experimento no abrasaste el entrenamiento a rajatabla, sufrirás más de lo que supone tu idea del martirio. Incluso, hasta detenerse es doloroso. Nada disminuye tanto el intercambio con el suplicio como el salir con la mente y el cuerpo, ordenados, listo para sumir la iniciación. El tormento es el desvío, el precio de la inconsciencia.
Lo que sí es conveniente recordar es que la leyenda de que fue Filípides quien, a trancos largos, cruzó la montaña, y se mandó un suculento recorrido, de más de 250 kilómetros, para solicitar ayuda –de Maratón a Esparta– luego, regresó y combatió. Más tarde, el poderoso heraldo salió a cubrir un poco más de 40k para llevar la noticia de la victoria de los griegos sobre los persas, es pura ficción, una falacia que ha perdurado con un encantamiento mítico en la cultura occidental (1).
Aunque es un mal hábito conceptual examinar la historia con nuestras percepciones, juicios, prejuicios, no hay manera de reconstruir aquella experiencia, como no sea imaginándola, ya que recorrer casi 600 kilómetros, y luchar cuerpo a cuerpo con los persas, luce verosímil. Más aún, correr y llevar el mensaje del triunfo. ¿No es esto un tipo de disciplina donde convergen rigor y voluntad?
El mito también nos invita a imaginarnos cómo es que aquel aventurero, que es la fuente esencial de las muertes simbólicas y los triunfos planificados en las pruebas atléticas de larga distancia, como la vida, logró enfundarse en su ritmo, sin saber qué pensaba entre un kilómetro y otro, cómo se hidrataba, sobre qué instintos calculaba el tiempo, qué le preocupaba, cuáles eran los peligros del trayecto, cómo moría y renacía en cada tramo. Amaba desplazarse. Su corazón fue la brújula.
Con todas la variantes que encierra la carreta del inolvidable personaje griego, todas las reuniones pedestres que se han nutrido del mito, desde la primera versión de los Juegos Olímpicos Atenas 1896, su inmediato correlato privado, Boston 1897, pasando por Berlín, Londres, Tokio, esas más de 50 mil almas que estarán ensayando los 42K de Nueva York, más allá del espectáculo, de la violencia que engendra cada zancada, de la emoción colectiva e individual, del duelo y la supervivencia del aspirante a sobreponerse a esa exigente atmósfera, está el héroe que cada quien se forma de sí mismo. Y con derecho a imaginarse a Filípides, animándolos.
Fuentes consultadas
Fuego Persa. El primer imperio mundial y la batalla por occidente. Holland, Tom. Ed. Planeta. Año. 2007.
Foto: https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/la-salud-del-deporte/2018-04-05/preparar-maraton-objetivo-estrategia-bra_1544266/
“La disciplina es el único aliado posible” que importante está frase todo aquellos que queremos alcanzar metas y nos enredamos como el gato en su propia lana , pero no concretamos auto disciplinándonos , enfocándonos en lo que realmente nos conducirá a la meta. Sentarnos cada día, acunarnos en el silencio, practicar y practicar y volver a la práctica crea un hábito que nos llevará indudablemente a disfrutar el camino hacia la realización. El momento es ahora…no hay lugar a la duda , solo certeza en el músculo mental que has entrenado con tanta descision , fortaleza y amor .
La vida es una maraton que decidimos iniciar, y tiene obstaculos que saltear, y una vez hecho se vienen otros y continuamos o nos ponemos nuevas metas hasta que creemos encontrar el verdadero, el que nos lleva al encuentro de nuestro creador.
Excelente e ilustrativo!… Esa gran prueba física pero interna también, es la mejor oportunidad de vivir la experiencia del trabajo realizado en la que los sentidos son el vínculo, junto a la mente, entre la razón y algo que va un poco más allá… situación que convierte este recorrido en una experiencia también espiritual… muchas gracias!
Así es en cualquier iniciación está implícito el compromiso del iniciado, esto se acompaña de confianza en si mismo y en la meta de lo que se comienza, la fuerza está en lo real del anhelo, hermosa convicción de que le llena el alma en su camino a la victoria, la de haber participado.
Excelente artículo. Una visión clara sobre este evento.
Que linda analogía entre la iniciación y la maratón, la crudeza de la prueba te empuja inevitablemente a correr hacia adentro para invocar la fuerza requerida para terminar la prueba, no hay otra manera 🙏🏽