Hay que elevarse por encima de la multitud, y, sobre todo, de tu multitud, tu abundancia de interferencias, prejuicios, ese contingente de deseos que te atan, imágenes tras imágenes, un desarreglo que lo asumimos como algo normal. Es la ignoración socavando. Uno de los recursos más significativos de la civilización, toda, sin mencionar las imprecisas nociones geográficas, ni orientales ni occidentales, es la meditación. El impulso hacia la supraconciencia, el espaldarazo supremo, el enganche sistemático y disciplinado de esta aventura divina, es, obviamente, consustancial con el tiempo evolutivo.
Si hay algo que desarticula el estado aletargado del ser humano, y pone en alerta al ego, enciende las alarmas que maniobran nuestra psique, ese algo es el acto de meditar. No cualquier recogimiento. Es la experiencia interna del alma. Una relación discípulo-gurú es determinante para que haya una perfecta armonía y la ejecución desde lo que somos hasta lo que queremos ser.
La Encuesta que nos ocupa en esta ocasión es, evidentemente, sobre la meditación. Como es nuestra costumbre, sondeamos la opinión de varios iniciados, con el objetivo de que nos compartieran su experiencia en torno a ese devenir. Una de las inquietudes que distingue el gesto de meditar, sin duda, está intrínsicamente relacionado con el autoconocimiento. Es la razón por la cual iniciamos esta incursión haciendo énfasis en ese determinante aspecto de la entrega.
El panorama actual ha relacionado el acto de meditar con el acto de liberar estrés, de aquietarnos, de calmar la mente, como si se tratara de sentarse a ver una película y hacer que todas nuestras tensiones corran, cuerpo abajo. Construir una falsa seguridad sobre el entusiasmo del momento. Es el suplemento esencial de la espiritualidad ligera, insustancial.
Y es que, dado que todos los mundos están dentro de nosotros, los tiempos nos exigen disciplina y rigor espiritual, para comprender las mareas internas.
El estatus epistemológico de la meditación es muy elevado, porque, además, nos ofrece información, esos contenidos que solemos negar que nos dominan, pero que están allí. Fluctuamos entre el amor y el temor, y entre ambas, emergen poderosos matices, embriones fortificados, una amplísima alfombra que recubre nuestra alma.
Cuando meditamos, abrimos puertas, viajamos, porque de eso se trata, de recorrer, de auscultarnos, y cuando brota algo inquietante, observarlo, reconocer su estado, y continuar. El verdadero mensaje transformador lo damos cuando comenzamos a autoconocernos.